lunes, 1 de agosto de 2011

Un día en la casa de atrás

De mis recientes vacaciones en Amsterdam nunca podré olvidar aquella mañana esperando en la cola entusiasmada por pasar al fin el umbral. 
La primera vez que supe de ella fue a través de sus propias palabras, palabras que además leía ensimismada echada en mi cama, en el cuarto que compartía en ese entonces junto a mis hermanas. Por momentos me sentía su confidente, su amiga del colegio, ya que a esa edad ambas podríamos perfectamente haber ido a la misma escuela y en otras ocasiones me sentía culpable por irrumpir tan frescamente en su privacidad y leer con tanto interés cada hoja de su diario.
No creo haber derramado tantas lágrimas como con aquellas páginas que llegaron a mí un buen día que usé el recreo para visitar la biblioteca de la escuela.
A mi corta edad entendía muy poco aquellas circunstancias inefables, no me cabía en la cabeza tanto odio gratuito e inexplicable.
Se me quedó grabado para siempre su conmovedor relato y mi curiosidad me llevó con el tiempo y la madurez a desenvolver la madeja de la historia y escabullir entre los demás libros y las páginas web.
Tiempo después, 15 para ser exactos, el destino y sus vericuetos me trajeron a Europa e hicieron posible que Marquitos y yo nos tomáramos unas merecidas vacaciones que incluían los Países Bajos y Bélgica.
Fue así que llegué hasta ella. O al menos al lugar donde aún se puede sentir su presencia y oir claramente sus risas contenidas y sus sigilosos pasos.
Recorrí cada piso con extrema prudencia, caminé lentamente entre esas cuatro paredes que albergaron mucho tiempo atrás su alma infantil, toqué cada muro como si a través de mis palmas se pudiera colar más claramente su historia.
Estaba allí, en el escenario exacto y real donde sus días siempre oscuros procuraban hacer su presencia invisible.
Desde donde su alma de niña y su mente traviesa se confesaban a diario en un par de hojas, que sin saberlo, llegarían a manos de millones en el mundo para enternecernos, deslumbrarnos y estrujarnos el corazón a cada ratito.
Vi los posters, los dibujos y las fotos colgadas en las paredes de su diminuto cuarto, y mi mente pensó que al fin de cuentas, el alma de un niño será siempre la de un niño, que la inocencia los hace ignorantes del dolor que huelen de cerca, pero que su corazón noble aisla del horror.
Fue difícil aún más después de leerla, entender a los adultos, al mundo entero que se llena de complicaciones ilógicas, que categoriza absurdamente, que nos separa y nos distinge los unos de los otros como si al final no estuviéramos todos hechos de carne y hueso.
Aún le sigue costando a la humanidad guerras absurdas y con ello vidas inocentes, los malos entendidos y diferencias que la poca tolerancia, la falta de sentido común y el orgullo tonto no les permite resolver. 
Aún vivimos muchos ensimismados en nuestras guerras personales, viviendo en nuestra burbuja privada en un estado de emergencia constante y todo porque no nos atrevemos a cambiar el curso de nuestra propia historia para bien.
Entonces cómo pretender que el mundo entero evolucione y mejore, si la incapacidad de cambio radica en cada uno de nosotros mismos.
Toda revolución comienza en el intricado fondo de nuestro corazón.
Al cabo de mi inolvidable recorrido, mis ojos delizaron suavemente en gotas redondas, toda la pena y el dolor acumulado que con certeza todos sentimos por aquellos que han sufrido, por las víctimas de la incomprensión y la indiferencia, por la terquedad y resistencia al cambio de los que están equivocados, por la ganas incontenibles de poder, por la ceguera del odio, por la estrechez del corazón.
Este es mi muy humilde tributo para ti Ana, que fuiste tan niña como yo y tuviste sin embargo que cambiar las muñecas por la incomprensible frialdad y hasta maldad de muchos, para ti que le heredaste al mundo tus inquietudes y penas hondas en papel y tinta líquida.
A ti que un buen día me cediste tu diario sin problemas, me narraste al detalle tu historia y me abriste las puertas de tu casa sin rencores.

 
http://www.annefrank.org/en/Subsites/Home/Enter-the-3D-house/#/house/20/

Dicen que el racismo se cura viajando...


Sportfreunde Stiller - Antinazibund 

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