jueves, 22 de septiembre de 2011

Pescados de regalo

En mi última clase de sicología, la profesora nos contó una historia sobre un experimento millonario que realizaban unos científicos sobresalientes con delfines, a los cuales alimentaban con pescados como premio sólo cuando éstos reaccionaban de la manera esperada. Sin embargo una tarde cualquiera, uno de los expertos científicos y cabeza del grupo, encontró a uno de los cuidadores jugando con los delfines y para su terrible sorpresa, además alimentándolos con los pescados que habían sido estrictamente destinados como premio.
Indignado el científico se acerca al cuidador y le reclama su actitud, aduciendo que su irresponsabilidad le costaría el éxito del proyecto y muchos miles de dólares en pérdidas.
El cuidador con suma tranquilidad respondió que lo hacía para consentirlos, por el simple hecho de ser animales tan amistosos, dulces y juguetones, que le inspiraban ternura.
En repetidas ocasiones, sin darnos siquiera cuenta, nosotros hacemos en nuestra vida diaria las veces de estrictos científicos, jefes de proyectos trascendentales e importantísimos, no nos damos por satisfechos con pequeñeces, por el contrario sólo premiamos o aún peor, valoramos actos presuntuosos, genialidades o grandezas. 
Es decir que adoptamos el papel de jueces crueles que difícilmente se dejan deslumbrar. No nos damos por complacidos con gestos triviales, rutinarios, diminutos, pero que en sí, transparentes a nuestros ojos inquisidores, esconden un gran mérito y una gran belleza.
Te has preguntado cuántos peces regalas a diario en tu vida?
Cuántas veces te deleitas con aquello que parece ser intrascendente o de poca importancia?
Con cuánta frecuencia premias a aquellos que con la mayor naturalidad y simpleza nos hacen sencillamente felices.
Una vez mucho tiempo atrás, estando en la universidad, llegó minutos tarde a clases una buena amiga; la cual sorprendió a todos no sólo por su repentina impuntualidad, sino porque aquél día llevaba una vincha gruesa color oscuro en el pelo.
Se veía linda, más de lo acostumbrado.
Mientras ella ya se había instalado perfectamente en su asiento y el profesor continuaba dictando su clase, yo seguía con la mente ocupada pensando en mi amiga y cómo un simple accesorio puede acentuarle a uno tanto la belleza.
De pronto mis pensamientos se vieron interrumpidos y me encontraba esta vez, diciéndome a mí misma: "Diablos! Estoy segura que en este salón todos pensamos igual, pero la pobre no se ha dado aún por enterada."
Acto seguido, le escribí una notita en un trozo de papel cuadriculado que había arrancado de mi cuaderno, dónde le decía lo bonita que había quedado hoy con su nueva vincha.
Ella volteó y me sonrió algo sonrojada desde su sitio.
Fue un día feliz para ella.
Y yo me sentí automáticamente feliz también al verla sonriente, coqueta y segurísima de sí misma aquél día.
Aquella notita fue mi pescado de premio para ella, por el sólo hecho de estar muy linda y ser mi buena amiga.
Al término del día no acaba de entender por qué nadie se atrevió o tomó un par de segundos de su tiempo para decírselo, a pesar de que los ojos de todo el salón compartían la misma opinión que los míos.
Debe ser porque lamentablemente a los seres humanos nos cuesta decir las cosas bonitas porque tememos caer en la cursilería, o quizás porque el parecer sensibles nos hace vulnerables y en ocasiones la vulnerabilidad nos expone más fácilmente al dolor.
Sin embargo deberíamos siempre tomar en cuenta que nuestra inseguridad, nuestro leve temor a ser malinterpretados, nuestro descuido, nuestras postergaciones, nuestras suposiciones, o el simple hecho de pasar las cosas buenas por alto en vez de transmitirlas, nos arrebatan la oportunidad de generar una sonrisa, de cambiarle el día por completo a alguien, de mejorar un mal rato, de cerrar alguna herida, de consolar alguna pena escondida.
No te niegues a ti mismo la oportunidad de ser y hacer feliz.
Premia a aquellos que te explicaron con paciencia algo que no entendiste bien en clases, al que te llevó café caliente a la oficina, al que se compró algo rico y lo compartió contigo, al que te desea siempre buenos días al comprar el pan, al que te abrió la puerta gentilmente porque llevabas paquetes en los brazos, o a la que te pasó la receta porque distraídamente alguna vez tiempo atrás se lo pediste. 
Reparte generosamente tus pescados.
Sé agradecido.


No hay comentarios:

Publicar un comentario