domingo, 2 de octubre de 2011

Historia amarilla

Todo empezó con una optimista profecía: "Vivirás lejos, viajarás por el mundo, encontrarás al hombre de tus sueños y serás muy feliz."
Estoy segura que aquellas líneas las escribí de corrido en algún cuaderno cuadriculado del cual he perdido ya el recuerdo; para perennizar su contenido, que aunque escéptica, decidí aquél día guardar para mí.
Dicen que uno elige su propio destino, o al menos lo construye a su antojo.
En mi caso se fueron dando las situaciones inadecuadas una a otra. Tan sucesivamente, que sin darme cuenta cual reflejo, convertí en aciertos y en su momento ignoré.
Quién iba a poder creerse tal cuento, quién no sería capaz de dudar de aquella premonición rosa proveniente de una total desconocida.
Supuse que su arte adivinatorio consistía más bien en consolar corazones inocentes y ávidos de buenos augurios.
Por aquél entonces andaba entercada en un amor imposible y no tenía el más remoto interés de cruzar océanos ni abordar aviones con algún destino feliz.
Al final de su sesión me repitió cautelosa dos cosas.
Hasta los detalles más pequeños y absurdos, como el color de su pelo, un trámite engorroso o una mancha en el mapa; me fueron confiados por esa adivinadora de pocas alhajas y cabello teñido.
Cuando andaba según yo increíblemente viviendo una historia con anterioridad ya contada, me preguntaba cómo es que el color del cabello no coincidía y cómo es que no era verdaderamente feliz.
Luego recordé conforme se fueron desencadenando las cosas aquella cláusula de mi supuesto cuento de hadas.
"Habrá un antes y un después para ti, tu felicidad llegará tras un suceso importante que dividirá en dos partes tu vida."
Efectivamente, después de una separación dolorosa, llegó el rubiecito prometido, ansiado y de ensueños.
Y es así que ahora cuento mis días, como en el cristianismo, antes y después de su llegada a mi vida.
Es gracioso sin embargo continuar tan escéptica como al comienzo; supongo en realidad que yo soy la casualidad más impensable para aquella charlatana que hasta ahora ignora su acierto, que su guión aprendido y preferido por todos los curiosos que la buscan sedientos de visiones maravillosas, haya inexplicablemente coincidido conmigo.
Que aquello que sus cartas amarillentas del uso alguna vez le dictaron dizque al oído; relataban al milímetro, con puntos señales y comas, una historia de la vida real, tan auténtica como los billetes que se llevaba al bolsillo y revisaba cautelosa al término de cada sesión.
Una historia que no es rosa como algunos quisieran, sino en ocasiones amarilla como mis flores preferidas.
Que posee matices, tonos claros y oscuros. 
Una vida que nunca se creyó el cuento meticulosamente creado para ser vendido a ingenuos por montones, pero que le agradó la idea aquella de ser inmensamente feliz, y decidió hacerla simplemente suya para siempre.

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