domingo, 9 de octubre de 2011

Un día de lo más bonito

Hoy es un día bonito, hoy hace muchos años atrás, cantidad que no puedo revelar, nació mamá.
Nació pecosa, con nariz respingada y ojitos marrones claros.
Nació linda, la primera de varios hermanos; destinada a traer al mundo tres retoños que heredarían su habilidad para los idiomas, sus buenas maneras y su aire refinado.
Comenzó a trabajar aún muy joven, fue a la universidad con un solo vestido heredado de su tía, al cual hubo que hacer reformas para que le entallara a su antojo y un par de zapatos negros, únicos también.
Además de haber sido una estudiante aplicada, mamá fue siempre una hija agradecida, una buenísima hermana y una tía sobreprotectora.
Con el tiempo se convirtió en una abuela de apariencia estricta pero de corazón blando y consentidor.
Mamá solía levantarse todos los días muy temprano y volvía a casa por la noche del trabajo, postergó los lujos o sus gustos propios para legarle a sus hijas la mejor educación, los libros más caros, y la ropa bonita que ella misma nunco pudo usar de chiquita.
Nunca se quejó por no tener respiro alguno en medio de su rutina apretada, nunca desistió en su meta de hacer de nosotras unas mujeres de bien.
No es de aquellas madres que regalan besos y abrazos por doquier, sin embargo ninguna de nosotras ha puesto en duda jamás, su amor infinito. Ella acostumbraba en cambio trabajar sin parar y de corrido, volvía tarde a casa y al encontrarnos ya acostadas, nos repartía besos de buenas noches para asegurarnos dulces sueños.
De pequeña recuerdo haberle hecho siempre prometer que nunca jamás moriría, la sola idea de su ausencia me embargaba de angustia, la perseguía por toda la casa hasta que al fin cansada de mi acoso, me prometía que nunca se apartaría de mí.
Hoy sin embargo estamos lejos, hoy no puedo cantarle alrededor de una torta, hoy le debo de nuevo el abrazo, hoy no veré su rostro contento al abrir su regalo.
Hoy procuro ser gracias a ella y su ejemplo, una buena hija, una tía preocupada, una hermana dispuesta y algún día una madre tan maravillosa.
Hoy la celebro agradecida; por su legado valioso, por su corazón noble, por su esfuerzo denodado, por sus días sin descanso. 
Hoy agradezco las veces que me acogía en su cama cuando las pesadillas invadían mis sueños, cuando muy temprano nos llevaba a todas el jugo a la cama, cuando preparaba mi comida favorita en mis cumpleaños.
Hoy aún no dejo de maravillarme cuando me agripo y llama a mi casa preocupada, cuando se acuerda de saludarme porque mi esposo y yo cumplimos algún aniversario, cuando me consiente desde lejos y me envía en un paquete lo que más extraño, o cuando simplemente me tranquiliza por teléfono y me recuerda que todo, aunque a veces tarde, siempre estará bien.   
Hoy es un día de lo más bonito, hoy salió el sol que durante toda la semana se había escondido; hoy soy muy feliz por tenerte, por ser una filial de tu corazón en otro continente, porque me cediste en tu vientre lo más lindo, porque hoy se cumple un año más de poder llamarte mamá.


martes, 4 de octubre de 2011

Las Mujeres de mi vida

Fueron y son muchos los rostros femeninos que llegaron a mi vida para transformarla; unos se detuvieron sólo un momento, otros no veo más a diario como de costumbre, algunos se me perdieron en el camino; pero a todos y cada uno de ellos admiro.
Conservo intactos en la memoria de mis buenos recuerdos.
Los llevo en cada instante que eligo hacer el bien, cuando acierto, cuando me equivoco y me levanto.
Los encuentro de cerca o de lejos cuando pido ayuda, hasta cuando ni siquiera pronuncio palabra en voz alta, ellos retornan a mí.
Sus voces sabias me acompañan, su belleza me deleita y su cariño me hace bien.
Han hecho de mí sin saberlo la persona que soy, lo mejor de mí simplemente se los debo.
Son todos seres luminosos que por abuso de modestia ocultan sus alas, convierten lo espontáneo en duradero, son dueñas de mis gustos y secretos, poseedoras de abrazos capaces de convertir el llanto en consuelo.
Habitan mi mundo por casualidad, destino, disposición divina o decisión propia.
Permiten bondadosamente que tome lo mejor que sus nobles corazones me pueden ofrecer.
Pululan en mi reino como hadas coloridas, me envuelven en un lazo su tiempo, su paciencia y su dedicación.
Llegaron a mí en forma de amigas, compañeras de clases, colegas del trabajo, tías, hermanas, mamás, abuelitas y primas.
Algunas me aman porque compartimos el rojo de nuestra misma sangre y otras en cambio se hicieron mi familia adoptiva.
En ocasiones me hablan en un idioma distinto al mío, otras veces les basta mirarme para decirlo todo. Saben perfectamente cuando las palabras están demás y toman mis manos para volverlas tibias.
Quizás nuestras largas conversaciones se hayan vuelto más bien esporádicas, puede que el tiempo nos haya alejado en kilómetros, que nuestros encuentros sean solamente telefónicos, o nuestra rutina y nuestras prioridades hayan cambiado.
Sin embargo, con hijos o sin ellos, con hogar que mantener o esposo a cuestas, con novio o sin él; con el tiempo contado, con la lejanía de por medio, con el vacío que queda tras la ausencia, con el pasar de los años, con los saludos de cumpleaños atrasados; con los regalos pendientes, con el mail no enviado, con la llamada en espera; con el stress del trabajo, con el encuentro postergado, con la llegada que no llega...
Hay cariños que el tiempo no envejece, que la distancia no aparta, que los años no oxidan.
Hay legados que nuestro cuerpo sencillamente se niega a dejar escapar, hay recuerdos que causan siempre las mismas sonrisas, hay palabras que se quedan grabadas, hay presencias lejanas que uno lleva siempre consigo.
Hay rostros femeninos que te dan y dedican la vida, como mamá; que te hacen trenzas de pequeña, te consienten y leen cuentos como mis tías. Hay rostros que te preparan té y se enorgullecen hasta de tus logros más pequeños, como lo hace mi abuelita. Hay rostros que te conocen desde siempre y crecieron contigo como mis hermanas. Hay rostros que jugaron tus juegos de niña como mis primas. Hay rostros que conociste sentados en una carpeta, como mis mejores amigas. Hay rostros que encuentras estando lejos y con ellos te sientes de nuevo en casa, como con mis nuevas amigas. 
Hay rostros que aún están por llegar y amarás más que a nada en el mundo, como será el de mi hija.
Hay rostros y mujeres, que sin querer, le transforman a uno simplemente la vida.

domingo, 2 de octubre de 2011

Historia amarilla

Todo empezó con una optimista profecía: "Vivirás lejos, viajarás por el mundo, encontrarás al hombre de tus sueños y serás muy feliz."
Estoy segura que aquellas líneas las escribí de corrido en algún cuaderno cuadriculado del cual he perdido ya el recuerdo; para perennizar su contenido, que aunque escéptica, decidí aquél día guardar para mí.
Dicen que uno elige su propio destino, o al menos lo construye a su antojo.
En mi caso se fueron dando las situaciones inadecuadas una a otra. Tan sucesivamente, que sin darme cuenta cual reflejo, convertí en aciertos y en su momento ignoré.
Quién iba a poder creerse tal cuento, quién no sería capaz de dudar de aquella premonición rosa proveniente de una total desconocida.
Supuse que su arte adivinatorio consistía más bien en consolar corazones inocentes y ávidos de buenos augurios.
Por aquél entonces andaba entercada en un amor imposible y no tenía el más remoto interés de cruzar océanos ni abordar aviones con algún destino feliz.
Al final de su sesión me repitió cautelosa dos cosas.
Hasta los detalles más pequeños y absurdos, como el color de su pelo, un trámite engorroso o una mancha en el mapa; me fueron confiados por esa adivinadora de pocas alhajas y cabello teñido.
Cuando andaba según yo increíblemente viviendo una historia con anterioridad ya contada, me preguntaba cómo es que el color del cabello no coincidía y cómo es que no era verdaderamente feliz.
Luego recordé conforme se fueron desencadenando las cosas aquella cláusula de mi supuesto cuento de hadas.
"Habrá un antes y un después para ti, tu felicidad llegará tras un suceso importante que dividirá en dos partes tu vida."
Efectivamente, después de una separación dolorosa, llegó el rubiecito prometido, ansiado y de ensueños.
Y es así que ahora cuento mis días, como en el cristianismo, antes y después de su llegada a mi vida.
Es gracioso sin embargo continuar tan escéptica como al comienzo; supongo en realidad que yo soy la casualidad más impensable para aquella charlatana que hasta ahora ignora su acierto, que su guión aprendido y preferido por todos los curiosos que la buscan sedientos de visiones maravillosas, haya inexplicablemente coincidido conmigo.
Que aquello que sus cartas amarillentas del uso alguna vez le dictaron dizque al oído; relataban al milímetro, con puntos señales y comas, una historia de la vida real, tan auténtica como los billetes que se llevaba al bolsillo y revisaba cautelosa al término de cada sesión.
Una historia que no es rosa como algunos quisieran, sino en ocasiones amarilla como mis flores preferidas.
Que posee matices, tonos claros y oscuros. 
Una vida que nunca se creyó el cuento meticulosamente creado para ser vendido a ingenuos por montones, pero que le agradó la idea aquella de ser inmensamente feliz, y decidió hacerla simplemente suya para siempre.