Cuando el espejo malvado de mi cuarto, me comunicó sin menor reparo que había llegado la hora temida, nunca pensé que iba a ser tan difícil.
A decir verdad, ya hacía tiempo que los pantalones me cerraban sólo después de realizar unas cuantas maniobras complicadas y los polos pegados empezaban a formar unas curvas descaradas e indeseables a los costados.
Muy práctica yo y bastante ilusa también, decidí darle tiempo al tiempo y me la pasé postergando lo impostergable.
Yo que he sido siempre, toda mi vida delgadísima, que además solía envidiar secretamente a aquellas muchachas que lograban llenar como Dios manda los jeans; me sentía rellenita, fuertecita, empatadita, en buen cristiano: "gordita".
Había subido de peso y no lo quería asumir.
Pero a mi pesar no fue una subida de peso cualquiera, fue de aquellas memorables, de esas que caes en la cuenta un Lunes por la mañana sin más, y dejas de sentirte automáticamente coqueta. Te inclinas más bien por la ropa "deportiva" y sin darte cuenta, prescindes progresivamente de los accesorios y del maquillaje.
Me sentí de buenas a primeras, poco atractiva.
Mi vanidad se redujo a su mínima expresión, le escabullía a la piscina y esquivaba los vidrios y las ventanas de los edificios.
Refundí en un cajón los tops y los vestidos apretados, guardé en una caja mis tacos y sandalias altas, mi rutina cambió al punto que terminé visitando tiendas que nunca antes había siquiera pisado.
Sin embargo, ni el espejo alargado de mi armario, con todo y su honestidad fulminante, me pudo preparar para el shock que pensé había sobrevivido ya, después de usar valientemente la balanza del baño.
La tan temida subida de talla.
Deprimida yo, deambulé entre mis pensamientos, confundida, preguntándome cómo era posible que las mujeres de hoy, nos resignemos a quedar atrapadas en unas letras minúsculas, diminutas, nada democráticas las muy hijas de puta.
Unas letras pequeñitas impresas en toda nuestra ropa, marcándonos como ganado, que pretenden además definirnos, clasificarnos, estereotiparnos sin derecho a réplica.
Hacernos mejor, peor, más o menos lindas.
A quién se le ocurrió tal infame idea, quién fue capaz de satanizar unas letras inocentes del abecedario?
Me rehúso! Decidí un buen día, armada de valor.
No permito que una insignificante consonante, tenga el descaro y la frescura de decidir por mí, quién soy o cómo me debo sentir.
Desde entonces el espejo me sonríe. Los escaparates me guiñan el ojo y la balanza se ha vuelto benigna.
Pensándolo bien, mi nombre está lleno de letras bonitas.
Mis libros favoritos también, los mails de mis amigos, las cartas de mi familia.
Los mensajes de amor pegados en mi refrigerador y las tarjetas de cumpleaños que conservo agradecida.
Sí, esas son sin duda, las letras importantes en mi vida.
Sí, esas son sin duda, las letras importantes en mi vida.
Me encantó! Que lindo escribes!!!!!!
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