martes, 8 de marzo de 2011

La más chiquita

Cuando ella nació, éramos en casa sólo dos la niñas engreídas. Mi papá contaba con que el tercer embarazo de mamá le regalase el gusto de tener un hijo; imagino que para jugarse inacabables partidas de ajedrez, discutir sobre Baudelaire acaloradamente y muy de vez en cuando, sólo en los mundiales, disfrutar de los partidos de fútbol juntos.
Es por eso que con anticipo y premura, decidió heredarle su nombre al pequeñín.
Pero ni las fuertes ganas de mi padre fueron suficientes para convencer a Dios, quién en cambio nos designó a mi hermana mayor y a mí, una tercera integrante con la cual poder jugar a la casita y a las muñecas.
Nació con una boca de pajarito y una nariz de botón, pequeña y respingada como la de mi mami. 
El día lo recuerdo perfectamente, estábamos todos en casa de mis abuelos; mi hermana mayor y yo veíamos con curiosidad a los adultos corretear desesperados por la sala. Allí no había mucha posibilidad de distracción para los niños, así que mi hermana y primos mayores, solíamos matar el tiempo columpiándonos debajo de la gran mesa, que feliz formaba parte de los almuerzos familiares.
Hasta que por fin los correteos locos cesaron y nuestra tía nos comunicó solemnemente que había nacido nuestra nueva hermanita.
Por ser la última fue la niña más chocha de todas, hasta que un día papá decidió que de bebita ya no tenía nada y que era hora de cambiarle el biberón, por una taza con asas. Ese momento lo recuerdo claramente, nosotras las hermanas mayores, formamos parte del cortejo fúnebre que acompañó a la trasnparente botella hasta el bote de basura. Mi hermanita, que desde entonces ya daba señas de ser muy inteligente, comprendió que había llegado la hora de despedirse de los pucheros y había que convertirse en una niña grande que tomase la leche en taza orgullosa.
Aprendió a leer desde muy pequeña, más pequeñita de lo que cualquiera de ustedes se pueda imaginar y le pedía insistentemente a Isabel, en aquél entonces nuestra niñera, que le leyese los poemas del libro Arco Iris, para poder aprendérselos de memoria y correr al patio trasero a recitárselos a mamá.
Mi papá, que siempre se dedicó fervientemente a la educación de sus hijas, le enseñó a mi hermanita las operaciones básicas matemáticas como a los tres, así que los fines de semana, mientras todos aún por la mañana dormían, ella se levantaba y ensimismada resolvía ejercicios del libro que papá usaba siempre con ella, y cual grande no era la sorpresa de mis padres, al levantarse para desayunar y encontrar sentadita a su hijita en la mesa de la sala.
Al jardín iba todas las mañanas con mamá de la mano, y durante todo el camino religiosamente discutían, una vez fue tanta su rabia, que como muestra de rebeldía decidió tirar por la calle su osito de peluche favorito, al cual desde sus cuatro años no volvió nunca más a ver.
A los cinco, como todas nosotras, empezó la escuela; no tardaron mucho tiempo mis padres en descubrir que a su pequeña le hacían falta, por una cuestión de genética, un par de lentes rosados que sobresalieran de su cara.
Nunca dejó de ser una alumna sumamente aplicada, su primera bicicleta, se la compró ella misma con el dinero que ganó en un concurso de dibujo para niños, organizado por un diario local por el aniversario del descubrimiento de América. Aún recuerdo nítidamente el mar pintado con crayola azul, las carabelas y los indiecitos, cuyas plumas se rehusó a colorear vivamente a pesar de las  varias recomendaciones, por una cuestión de convicción me imagino. Dibujo que con certeza está guardado hasta ahora en el cajón de los recuerdos en casa de mis padres.
Ingresó a dos universidades en primer puesto, y se graduó de una de ellas con honores. 
Aprendió como a los 16 a ser responsable por sí misma, congruente con sus acciones y a nunca defraudar la confianza de sus papás.
Precisamente durante la etapa más complicada para cualquier adolescente, ella se la pasó lejos de casa, estudiando para algún día convertirse en una exitosa economista.
La lista de motivos y razones por las cuales todos en la familia nos sentimos orgullosos de ella, no sólo radica en su empeño, su entrega, su belleza o su buen corazón; yo, por sobre todas las cosas, la amo por regalarle el brillo a mis ojos cuando hablo de ella, por convertirme en la hermana mayor de un ser maravilloso, por darle a Luciano, su sobrinito y ahijado, el mejor de los ejemplos, y por ser siempre, a pesar de todos sus cumpleaños, mi hermanita la más chiquita.

Love you little sis!


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario