Cuando andaba cursando el último año del colegio, todas hablaban de chicos, todas estaban perdidamente "enamoradas" de alguno y lidiaban con suspiros, amores no correspondidos y corazones rotos.
Yo sentía que debía preocuparme porque no pululaba cual alma en pena idiotizada por alguien en los pasillos de la escuela, no tenía la menor idea de lo que todas ellas decían sentir.
Pero en secreto ansiaba sentir algo parecido, envidiaba en silencio el intercambio de notitas de amor, las llamadas a escondidas, los encuentros clandestinos.
Hasta que terminé la secundaria y había que prepararse para ingresar a la universidad. Fue allí donde lo conocí. Fue allí que experimenté de cerca por primera vez aquel sentimiento pegajoso, que te atonta y te hace sintonizar canciones románticas en la radio y escribir palabras cursis en tu diario.
Me "enamoré" del chico perfecto, al menos eso pensaba; era inteligente, sensible, mi tipo de hombre definitivamente. Me derretía cuando lo tenía cerca y atesoraba nuestras conversaciones pasajeras en los recreos.
Nunca se lo dije, nunca me correspondió tampoco. Su sombra sin embargo me persiguió hasta los primeros semestres de la universidad y terminaron despejándose para siempre mis vanas ilusiones cuando lo ví de la mano de una afortunada chica.
Ahora está casado y vive en otro país. Me he sentido muchas veces, cuando lo encuentro conectado virtualmente, tentada a confesarle mi delirio de aquellos años, entre libros, exámenes y el pánico por no ingresar a la universidad. Imagino que si algún día me atrevo, nos reiremos. Quizás me sonroje cuando me comente que alguna vez lo sospechó, quizás fui demasiado obvia como mis amigas decían. Quizás me esté leyendo ahora y saque su propias conclusiones.
Tiempo después de mi "enamoramiento" frustrado, apareció inesperadamente él. Quien ocupó y ocupará siempre el lugar de "primer enamoradito oficial".
Todo comenzó inusualmente y como producto de la casualidad. Con el transcurrir de muchas semanas y nuestras varias salidas, intuía que algo estaba definitivamente por pasar entre nosotros. Siguiendo los sabios consejos de una de mis mejores amigas, esperé desde mi trono de princesa sumamente conservadora y chapada a la antigua, que me pidiera mirándome a los ojos y tomando tiernamente mis manos que me convirtiera en su señorita enamorada, y así lo hizo. Acto seguido nos besamos.
Fue el enamorado que, sin mentir y modestia aparte, muchas querrían tener, era sumamente atento, romántico a más no poder y detallista hasta el cansancio. Sin embargo mi inexperiencia y mis tontos esquemas decidieron que no estaba a la altura de las circunstancias, todo porque con él según yo, no podía sostener una conversación alturada.
Después de eso el pobre se quebró. Desapareció por semanas, luego recuperamos esporádicamente la comunicación y un buen día de lo más inesperado llamó a mi casa. Me llamó con la voz baja y entrecortada, porque necesitaba escuchar mi voz para sentirse mejor. Esa fue digamos su manera de despedirse de nosotros para siempre.
Resulta que la chica con la que estaba saliendo tiempo después de que lo nuestro acabara, había salido embarazada. En realidad fue para él algo inesperado. Y conociéndolo, poseedor de un buen corazón y un alma noble, decidió a pesar de sus dudas y su inseguridad frente a aquella nueva relación, que no había pasado aún los límites de la formalidad, tratar de formar una feliz familia.
Así que mi primer chico se convirtió en papá.
Entretanto, yo andaba encandilada con un nuevo galán, un amor bastante cibernético para decir verdad, de acorde con los nuevos tiempos y mi poca vida social.
Fue la primera vez que me enamoré en mi vida.
Viví por largos años sin pensarlo en una imaginaria burbuja. Perseguida muy a mi pesar por la sombra de sus recuerdos.
Me hicieron sufrir su falta de decisión y convicción por dejar atrás la desconfianza, componer su corazón roto, armarse uno nuevo y más fuerte y quererme como, valgan verdades, me lo merecía.
Lloré como quinceañera desvalida, protesté y maldije la hora infame en que este muchachito entró en mi vida. Pero quién no ha tenido uno de esos amores insanos? De esos que hacen continuamente daño, que nacieron descompuestos y no queremos enfrentarlo.
Me costaron lágrimas, decepciones e insomnio lograr echarlo al olvido.
Cuando andaba decidida a continuar sola pero en paz con mi vida, se apareció ante mis ojos una oportunidad totalmente nueva. Impensada, incalculada, que venía de lejos y me hablaba en inglés y pronunciaba fuerte las erres.
Me deslumbró el hecho de poder empezar completamente de nuevo, de volar lejos, de hacer borrón y cuenta nueva y dejar a mi corazón que lo engrían.
Le atribuí su aparición a la magia del destino.
Le atribuí su aparición a la magia del destino.
La ilusión se formalizó rápidamente, el anillo en mi dedo brillaba y me repetía que había pasado a las ligas mayores. Que la vida cambia, los caminos se contornean y giran.
La ilusión que interpreté mal y alargué ingenuamente se desvaneció.
Ya lejos y muerta de pena me deshice en pedacitos.
No había por aquél entonces cerca, mejor amiga a quien abrazar y contarle mis penas, no era más, tiempo de llorar desconsolada frente a mamá para ser arrullada como niña desprotegida, había en cambio que volverse fuerte, tomar decisiones de esas que poseen la capacidad de cambiarte la vida para siempre. Y así lo hice.
Siempre me pregunté, como hacen todas la jovencitas inexpertas, aquellas que buscan incansablemente la mejor mitad, que ven películas románticas comiendo canchita y suspiran; cómo se siente, cómo huele y a qué sabe el gastadamente llamado "amor verdadero".
Con cada altibajo, con cada ruptura, con cada bache en el corazón, veía la posibilidad de encontralo remotamente lejos. Si es que acaso tal palabrita cursi realmente existía.
Quizás no era más que el macabro porducto del marketing, de la industria cinematográfica, de las novelas tontas o los libros rosas de alguna que otra escritora cuarentona.
Nos cuesta mucho comprender que el amor circula en su torbellino propio, se mueve con sus propias alas, suspira con sus propios labios. Se construye y desconstruye en la medida que nuestro corazón lo crea.
Nosotros le damos la bienvenida con nuestros brazos abiertos, con cada página que volteamos, con cada amor canalla que eliminamos de nuestra vida, con cada sonrisa que sin mezquindad compartimos y que tiene la capacidad de enamorar instantáneamente.
Yo lo encontré subiendo las escaleras una tarde de otoño.
Entendí entonces por qué había que pasar por tantas pruebas, por qué tenía que equivocarme tanto. Por qué sufrí como una boba, por qué derramé lágrimas desconsolada pensando que el mundo se acababa, por qué perdí la fé, por qué me volví a equivocar y por qué pensaba estar sumanente enamorada y sufría al no ser a mi gusto correspondida.
Todos mis amores y desamores me empujaron a subir cada escalón.
Todos me prepararon, me vistieron de camisa y de botas, me colocaron un 15 inolvidable de Noviembre frente a él.
Por eso hoy cuando los recuerdo sonrío, a pesar que no hablemos más, a pesar que el contacto progresivamente se haya perdido, a pesar que estén ya casados algunos, otros por casarse y algún otro con hijos.
Porque fueron parte de mi historia, porque aunque se acuerden o no de mí, a pesar que sus nombres frágilmente se me olviden con el tiempo, contribuyeron a éste, mi tan ansiado final feliz.
Siempre me pregunté, como hacen todas la jovencitas inexpertas, aquellas que buscan incansablemente la mejor mitad, que ven películas románticas comiendo canchita y suspiran; cómo se siente, cómo huele y a qué sabe el gastadamente llamado "amor verdadero".
Con cada altibajo, con cada ruptura, con cada bache en el corazón, veía la posibilidad de encontralo remotamente lejos. Si es que acaso tal palabrita cursi realmente existía.
Quizás no era más que el macabro porducto del marketing, de la industria cinematográfica, de las novelas tontas o los libros rosas de alguna que otra escritora cuarentona.
Nos cuesta mucho comprender que el amor circula en su torbellino propio, se mueve con sus propias alas, suspira con sus propios labios. Se construye y desconstruye en la medida que nuestro corazón lo crea.
Nosotros le damos la bienvenida con nuestros brazos abiertos, con cada página que volteamos, con cada amor canalla que eliminamos de nuestra vida, con cada sonrisa que sin mezquindad compartimos y que tiene la capacidad de enamorar instantáneamente.
Yo lo encontré subiendo las escaleras una tarde de otoño.
Entendí entonces por qué había que pasar por tantas pruebas, por qué tenía que equivocarme tanto. Por qué sufrí como una boba, por qué derramé lágrimas desconsolada pensando que el mundo se acababa, por qué perdí la fé, por qué me volví a equivocar y por qué pensaba estar sumanente enamorada y sufría al no ser a mi gusto correspondida.
Todos mis amores y desamores me empujaron a subir cada escalón.
Todos me prepararon, me vistieron de camisa y de botas, me colocaron un 15 inolvidable de Noviembre frente a él.
Por eso hoy cuando los recuerdo sonrío, a pesar que no hablemos más, a pesar que el contacto progresivamente se haya perdido, a pesar que estén ya casados algunos, otros por casarse y algún otro con hijos.
Porque fueron parte de mi historia, porque aunque se acuerden o no de mí, a pesar que sus nombres frágilmente se me olviden con el tiempo, contribuyeron a éste, mi tan ansiado final feliz.
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