Hoy amanecí nostálgica, hoy quiero cambiar los tranvías aburridos por autobuses repletos de pasajeros con cobrador incluído, o como los denomina mi esposo en su español fantasioso: "colector de clientes". Hoy quiero que en voz alta repita "apéguese señora, apéguese porfavor", dudo que por aquí el conductor del tram con su uniforme y corbata tenga la creatividad tal como para inventarse verbos nuevos y un vocabulario totalmente hecho a la medida.
Hoy quiero pasear por el centro y que me llegue el sonido de la cumbia que emanan las tiendas y sus vendedoras pretendan endulzarme con sus frases aprendidas y que sus mentiras piadosas me hagan creer que sí, efectivamente, el jean de sesenta soles que pretenden vender, me hace el milagro y mágicamente unas caderas contorneadas y un trasero levantado se apoderan de mí.
Hoy quiero que en el supermercado inmenso con su piso blanco impecable, sus carritos de metal y sus puertas automáticas, me llamen "casera, caserita que va a llevar hoy?".
Hoy quiero tomar un taxi y que desaparezca por arte de magia el taxímetro y practique el hobby preferido de todo aquél que se haga llamar latinoamericano: "pedir rebajita". Hoy quiero que el conductor le baje un poco el volúmen a su radio y en vez de chicha resuenen nuestras voces que hablan de "la Keiko y el Humala" o de algún ampay reciente de Magaly y yo por supuesto comente indignada la salida de Rosa María Palacios de la TV.
Hoy extraño el paisaje colorido, la gracia y el salero de mi tierra. El caos divertido que en ocasiones se apodera de sus calles, el desorden pintoresco, todos los rostros sonrientes y sus mañanas soleadas que ignoran olímpicamente estadísticas, índices, números y PBI.
Gracias al cielo, a mi fortaleza de espíritu y mi buena educación, no soy ninguna alienada, ni ninguna huachafita que absurdamente olvida sus raíces por el sólo hecho de pasear por calles europeas y pagar las cuentas en euros.
Me alegro y estoy sumamente agradecida de la buena suerte y los brazos extendidos con los que estoy siendo acogida por aquí, pero sin embargo extraño en buena medida aquello que a muchos sonroja y pretenden olvidar, nuestro ritmo, nuestro color y nuestro sabor, como nos cantaría la querida Eva Ayllón.
Hace poco le envié a mi esposo por Facebook el link de una de sus canciones peruanas preferidas, una que escuchó permanentemente en sus vacaciones en Perú y le quedó para siempre grabada en la mente, luego le recordé nuestra "luna de miel" en la Selva, la cecina, el lomo saltado con "papas viejas", el calorcito y la naturaleza.
Debemos volver, le sugerí ansiosa, él me pidió a cambio que esta vez le dejara comprarse libremente una tajada de sandía, de esas que venden en bolsa plástica a cincuenta céntimos y en carretilla.
Después de eso, me quedó todavía más que claro porque amo tanto a ese rubilindo, ojiazul y desteñido.
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