Había llegado el fin de semana, sin planes previos para variar pero sin embargo alegremente bien recibido. Viernes al fin, suspiramos Marquitos y yo a la vez que nos disponíamos a buscar una película que nos entretuviera aquella noche tibia y prometedora.
Después de algunos minutos esperando impaciente frente al microondas, regresé a nuestra habitación triunfante con un bowl lleno de pop corn y un par de bebidas frías. Su rostro después de mi breve ausencia lucía compungido. El semblante relajado que dejé por unos instantes abriendo nuestra correspondencia, había cambiado y empequeñecido su sonrisa al punto de volverla invisible.
Después de insistir varias veces y de recibir falsas negativas, Marquitos confesó al fin qué era aquello que repentinamente le cambió el estado de ánimo y le quitó los colores del rostro.
Cinco mil euros, exclamó a secas.
Cinco mil euros tenía que pagar de vuelta a la compañía para la cual trabajaba antes de volverse independiente, como una especie de indemnización por su repentina renuncia.
Cinco mil euros era el precio de su libertad y de su autonomía.
Luego acotó que en realidad venía venir aquél suceso para mí desconcertante, pero en definitiva no con tal prontitud.
Cinco mil euros son cinco pasajes ida y vuelta al Perú, dejaron escapar mis cálculos en palabras.
Son las potenciales vacaciones de por lo menos el siguiente par de años en Europa.
Mi mente hizo cuentas rapidito y me sentí terriblemente culpable al recordar el nuevo juego de servilletas que combinaba tan lindo con el nuevo mantel que por la tarde había recientemente adquirido, en uno de mis ya tan acostumbrados ataques de compras compulsivos.
No importa le dije, mirándole a los ojitos azules compasiva, las vacaciones de verano las pasaremos por aquí cerquita.
El me miró de vuelta y sonrío avergonzado, muerto de pena porque pensaba que de alguna forma me estaba fallando.
Sin querer después se me escapó la típica frase que acompaña a nuestros momentos de angustia, mal humor o decepción:
-"Qué mala suerte!"
Entonces Marquitos volteó y con su ya conocida dulce sabiduría me respondió:
-"Mala suerte es suerte también."
En alemán, mala suerte se dice "Unglück", "Glück" significa suerte y el prefijo "un" significa sin. En su idioma tener mala suerte representa ni siquiera tenerla.
Así que cada vez que se me escapa la dichosa frase: "Qué mala suerte", mi esposo me repite sonriente: "Pero es suerte también Milena."
Suerte al fin y al cabo.
Sencillamente una suerte que te hace esforzarte más, que te exije pensar con más calma, que te sugiere planear mejor, que te prepara para tomar mejores decisiones.
Que te enseña.
La mala suerte, que es suerte también; nos vuelve simplemente más sabios.
Alguna vez leí en algún lado que en esta vida sólo se trata de pedir, de desear firmemente, de añorar con el corazón.
Pídeme lo que quieras y te lo daré, dice algún pasaje de la Biblia.
Ayúdate que yo te ayudaré.
Fe es la sustancia.
Entonces por qué no pensar y pedir en grande. Por qué no actuar para merecerlo.
Hace un buen tiempo me hice esa pregunta a mí misma y desde ese entonces cargo en la billetera que mi mami alguna navidad pasada me regaló, no un dólar precisamente, cargo más bien orgullosa mi "Cien mil dólar de la suerte."
Es cuestión de perspectiva, digo yo!
Voy a dibujar muchos ceros en mi billete!!! jajajaja que linda mi Mile!
ResponderEliminarSe te extraña. Saludos a Marquitos, sigan siendo felices!
Los quiero.
Patty