viernes, 25 de febrero de 2011

Pestañas viajeras

Mi papá siempre me repetía que yo había heredado las pestañas larguísimas de mi tío; su hermano, a quien nunca pude conocer porque murió cuando era aún todavía muy joven.
Padecía de esas enfermedades incurables que lo mantenían a la fuerza acostado todo el tiempo en la cama. Sin embargo, según los relatos espontáneos de mi padre, poseía un alma viajera.
Soñaba y divagaba con su mente transportándose a lugares remotos, totalmente distintos a su habitación aburrida, con sus frías paredes y los muebles robustos heredados de algún familiar lejano.
Al concluir cada relato, papá acotaba: "Por eso tú Mile, vas a viajar y ver con tus grandes ojos y sus largas pestañas, todo aquello que la buena fortuna le negó y postergó para ti."
Considero que hasta ahora es muy poco lo que estos ojos oscuros han visto, y comparado con todo aquello que planeo ver, las fotos impresas en mi memoria se vuelven todavía más minísculas.
Hace unos años, sin pensarlo y mucho menos esperarlo, la buena fortuna como parte de la recompensa guardada, me obsequió deliberadamente un fiel compañero de viajes.
Su ojos azules son el reflejo de todos los cielos que espero ansiosa contemplar y sus rubios cabellos, cada rayo de sol que habrá de escapar de las sombras para darme así puntuales la bienvenida.
Cada vez que alguien le pregunta cuál es su sueño, sin desparpajo mi compañero responde: "Darle la vuelta al mundo sin prisas."
Sus ideas y fiebre viajera, me han contagiado sus ganas al punto que cada domingo de verano, procuro perder el miedo a su vieja moto y han pasado a formar parte ya de mi guardarropa, un casco y un overall de motociclista.
No le da la gana cambiar de auto, no sólo por su incalculable valor sentimental; al haber sido testigo de nuestro primer beso, recordarnos las noches que allí dormimos camino a Italia, o por haber sido cómplice guardando con celo la botella de champagne y la propuesta que me habría de hacer unos días después en Venecia; sino que además, porque gran parte de nuestros ahorros van a parar hacia aquella alcancía invisible que convierte los sueños en realidad.
Nuestros días no son ostentosos, al igual que nuestro hogar, nuestro mayor lujo constituye en tenernos el uno al otro y soñar cada día despiertos.
Y es así como concibo los sueños, hechos todos a la medida, alimentados muchas veces por los recuerdos, pero siempre, cada vez, con los brazos abiertos para que recorras libremente sus orillas.



miércoles, 23 de febrero de 2011

Le Petit Chaperon rouge

Desde pequeñas a mis hermanas y a mí nos encantaba leer, vicio que heredamos de nuestros padres; habían navidades que en vez de juguetes, al llegar las doce, los papeles de regalo dejaban entrever colecciones completas de cuentos infantiles.
Mi padre orgulloso de su modesta biblioteca, pero de gran valor sentimental, nos cedía buenamente los estantes más bajos de sus libreros para facilitarle a nuestra corta estatura su alcance.
Una Navidad memorable, recibimos de Santa Claus  un libro llamado "Kinder- und Hausmärchen" (Cuentos para la infancia y el hogar), popularmente conocidos como "Cuentos de hadas de los hermanos Grimm". 
Para quienes los autores no les suena familiar, el libro contenía cuentos como: Blancanieves, Hänsel y Gretel, La Cenicienta y Juan sin miedo.
También formaban parte de la entrega navideñ"Histoires ou Contes du Temps passé" (Historias y Cuentos de Tiempos Pasados), subtitulada como "Les Contes de ma Mère l'Oye" (Los Cuentos de Mamá Ganso o Mamá Oca) escritos por Charles Perrault, quién recopiló y reelaboró numerosos relatos de la tradición oral, como El gato con botas, o Caperucita Roja. 
Ahora probablemente tu mente está viajando a épocas lejanas, y evoca con nostalgia aquellos cuentos que leías en la infancia.
Pues bien, a diferencia de ti y muchos otros más niños, nuestros finales no eran todos tan felices.
Tenían moraleja por supuesto, pero terminaban la mayoría en situaciones trágicas y bastante dramáticas.
Sabías tú que la versión de los cuentos infantiles que llegaba a tus manos, con letras grandes e ilustraciones coloridas impresas, había sido cambiada durante el pasar de los años y no representan una copia fiel del original?
Los textos se fueron adornando y, a veces, censurando de edición en edición debido a su extrema dureza. Por ejemplo, la madre de Hansel y Gretel pasó a ser una madrastra, porque el hecho de abandonar a los niños en el bosque dejaba mucho que desear a la imagen tradicional de la madre de la época.
A mediados del siglo veinte, en algunos sectores de América del Norte la colección de cuentos era condenada por maestros y padres de familia debido a su crudo y poco civilizado contenido, ya que representaba la cultura medieval con todos sus rígidos prejuicios, crudeza y atrocidades. Los adultos ofendidos se oponían a los castigos impuestos a los villanos. Un ejemplo claro se puede ver en la versión original de Blancanieves, en la cual a la malvada madrastra se le obliga a bailar con unas zapatillas de hierro ardiente al rojo vivo hasta caer muerta. 
Una vez que los hermanos Grimm descubrieron entonces a su nuevo público infantil, se dedicaron a refinar y suavizar sus cuentos.
A Charles Perrault le pasó lo mismo, mi ejemplo favorito es el de "Caperucita Roja", esta historia destacaba sobre las otras por ser, más que un cuento, una leyenda bastante cruel, destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos.
He aquí el extracto del final de la versión que leí de chiquita:
-Abuelita, tenéis los brazos muy largos.
-Así te abrazaré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis las piernas muy largas.
-Así correré más, hija mía.
-Abuelita, tenéis las orejas muy grandes.
-Así te oiré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis los ojos muy grandes.
-Así te veré mejor, hija mía.
Abuelita, tenéis los dientes muy grandes.
-Así comeré mejor, hija mía.
Y al decir estas palabras, el malvado lobo arrojose sobre Caperucita roja y se la comió.
Fin.
Como ves, no hubo leñador, ni cazador que al pasar casualmente por ahí, escuchase los gritos de caperucita y presuroso corriese a su rescate, ni tampoco nadie le cortó la panza al lobo malvado para extraer intactas de su abdomen a la abuelita y la nieta desobediente.
Tuve padres algo fuera de lo común, es cierto, pero les prometimos seriamente mis hermanas y yo, no romperles el corazón a los demás niñitos que conocíamos o regar nuestra verdad a los vecinitos que jugaban por las tardes con nosotros, ni mucho menos a los compañeritos inocentes del jardín. 
Lo curioso es que ahora de grande, por el contrario; he aprendido que fuera del mundo de las hadas, aquí mismo en este mundo real-maravilloso, de García Márquez, Borges, Neruda y Carpentier; los finales felices... Sí existen.


lunes, 21 de febrero de 2011

Ampelmännchen

El hombrecito del semáforo es un personaje entrañable de la cultura popular urbana. El llamado aquí Ampelmännchen, es más que una figura típica de los semáforos alemanes ubicados en los pasos peatonales. 
Su mecánica es sencilla, extiende los brazos y se torna de color rojo para alertarnos y prohibirnos el cruce, mientras que de verde da un paso al frente y nos señala que ahora en cambio, el tránsito está permitido.
En mi particular opinión los hombrecitos que forman parte de la llamada Alemana Oriental, son mucho más amigables y graciosos que aquellos que pertenecen al otro extremo.
Cada vez que me encuentro cerca a uno de estos seres míticos atrapados en luces de colores, le sonrío y aguardo atenta sus instrucciones.
Sin embargo mi sorpresa aumenta cuando me siento acompañada y cada uno de mis transeúntes vecinos lo miran también con respeto, y parece ser que sus ojos le ofrecen una venia invisible.
Sin importar estar parada a la espera junto a hombres de negocios, ancianas con bastones, madres de familia, estudiantes con zapatillas coloridas o punks de pelos engomiados; nadie cruza sin haber recibido primero el visto bueno de nuestro estricto hombrecito.
Muchos miran sus relojes apurados, los más tímidos meten las manos al bolsillo mientras que los nerviosos giran la cabeza para mirar a todos lados angustiados.
Me ha sucedido muchas veces que la pista frente a mí se encontraba vacía, sin rastro o sombra de algún vehículo amenazador ni tranvía.
Precisamente en esos instantes el hombrecito me mira desafiante y dirige su mirada también al muchacho de lentes, alto y desgarbado de mi derecha y al de casaca con púas y botines gastados de mi izquierda.
Sin importar la ideología, tamaño, edad, religión o estilo de vida; nadie osa en estos lares contradecir al rey del tráfico y muy obedientes todos esperan su veredicto detrás de la línea.
Una vez en clase compartimos mis compañeros y yo, atónitos, nuestra inquietud. Mi profesor que es alemán además, nos explicó en breves y resumidas cuentas que todos aguardan el dictamen del Ampelmännchen no por una cuestión de respeto o fanatismo, sino más bien para dar el ejemplo.
La mayoría tiene claro aquí, que si no cumplen las reglas como respetar el semáforo en este caso, poco o nada les serviría inculcarle a sus pequeños, cruzar las calles con cuidado.
La asistente de gerencia, el contador del Banco, el profesor de la universidad, el estudiante de arte o la cajera del supermercado; todos, sin importar su estatus, diploma universitario o recibo por honorarios, tienen hijos que les gustaría que regresen sanos y salvos del colegio, de visitar un amigo o de la academia de vuelta a casa.
Ahora en cambio, cuando aguardo paciente cerca a un semáforo, sonrio complacida a sabiendas que las diferencias se vuelven nulas, que todos podemos fácilmente deshacernos de aquello que nos hace distintos y que a pesar que alguno u otro se desvíe a mitad del camino, queda mucha gente entre nosotros que aún apuesta por lo correcto, gente que aún en estos tiempos dice "gracias" y "pide por favor", personas que devuelven intacto el vuelto demás en la bodega, que le desean buenos días al vecino al igual que al guachimán de la esquina, personas que con sus actos rutinarios y sencillos, le obsequian a este mundo la oportunidad de ser cada día un poquito mejor y más optimista.


sábado, 19 de febrero de 2011

Ella

Una de mis mejores amigas aquí en Alemania viene de Túnez. Es delgada, de baja estatura y abrazos tibios. Es mamá de una adorable pequeña de tres años y tenemos en común estar ambas casadas con alemanes afortunados. A pesar que su apariencia delicada la hace lucir indefensa, mi buena amiga es una luchadora inagotable. 
A diario se divide y multiplica en varias personas, mientras la figura masculina de la casa ausente hasta el fin de semana, maneja por carreteras y pistas desconocidas porque el trabajo así lo indica.
A pesar de haber asistido solamente a un curso básico de alemán, el tiempo y la necesidad la han hecho actualmente poseedora de un vocabulario y una fluidez envidiable.
A diario tiene que lidiar con profesoras de jardín, cuentas de banco, el casero del edificio y el dentista que la atiende, entre muchos otros más personajes.
Recientemente la poca acogida que sus curriculums recibían por estos lares, a pesar de ser una muy inteligente graduada profesora de inglés, la empujaron a tomar una decisión determinante.
Pensando en las cuentas acumuladas, el futuro de su hija y sus postergadas vacaciones en familia; mi amiga decidió empezar de cero y estudiar aquello que con certeza le aseguraría un buen empleo.
Se levanta tempranísimo para después de preparar el desayuno llevar personalmente a su engreída al jardín, luego acelera el paso por miedo a perder el tren que la conduzca una hora después a la ciudad de las oportunidades. Con el mismo apuro, toma el bus que la lleva al instituto, y una vez allí presta atención al máximo para no perderse ni una sola palabra dicha en clase.
Aunque todos allí hablan rapidísimo y usan palabras rebuscadas, nada es suficiente para aminorarle las ganas y por el contrario la han convertido en la mejor amiga nunca antes vista del diccionario.
Después de transcurrir más de una mañana entre cuadros, estadísticas, diapositivas, y teorías complicadas en un idioma completamente ajeno al suyo; emprende el camino que la lleve de regreso, a esa ciudad pequeña que pocas o ningunas opciones le ofrece.
Ni bien su frágil presencia deja el tren, el inmenso reloj de la estación le recuerda con sus agujas negras que su hija probablemente ansiosa la espera.
Como el carro lo conduce papá de Lunes a Viernes, mamá tiene que subir cuesta arriba empujando el pesado cochecito con efuerzo hasta llegar por fin a casa.
Debajo de la puerta sobres blancos regados en el piso le dan la bienvenida, los ignora mientras tanto porque sabe a ojos cerrados que son más cuentas y recibos que claman ser pagados, y por ahora sus manos decidieron por ella pelar papas y cortar la carne para la cena.
Se acuesta sola en una cama que fue hecha para dos, tan tarde como temprano se levanta.
Su rutina se repite inexorable día a día, excepto los fines de semana claro, que en vez de atesorar el tiempo escaso que su esposo pasa en casa, toma pedidos y sirve platos exóticos y contundentes en un restaurante griego.
Mi amiga es para mí una mujer admirable y pujante. Una mujer que hace como muchas otras de administradora, mamá, esposa, ama de casa, estudiante aplicada y trabajadora de medio tiempo.
A todas y cada una de ellas yo admiro. A todas y cada una de ellas aprecio y quiero. Todas y cada una de ellas me han regalado la fotuna de considerarme su amiga y me escuchan atentas para darme un consejo, me provocan sonrisas cuando extraño más de la cuenta y me dictan recetas en inglés por teléfono.
Parte de mi gran cariño se debe seguramente a que ella me recuerda a mi mami, con sus muchas facetas y sus mil cosas, cuando salía a trabajar de casa tempranito y volvía a la hora de las buenas noches.
De ambas estoy orgullosa y de ambas recibo feliz toda la sabiduría que quieran compartir.
Pero esta vez quise compartir yo su rutina y parte de su historia, quise recordarnos cuántos maravillosos seres habitan en nuestras madres, amigas o hermanas. Cuánta entereza y fuerza viven en ellas, cuánta inspiración su amor y entrega nos deben causar, a pesar que a diario se pierdan en el anonimato o en el olvido.
Confío que algún día, nosotras, las que andamos en los previos del entrenamiento, seamos vistas con los mismos ojitos pequeñitos maravillados con los que veíamos a nuestro rostro femenino favorito, mientras "ella" nos cambiaba los pañales o calentaba el motor del avioncito, que habría de conducir hasta nosotros la tan esperada papilla y todo su cariño.


lunes, 14 de febrero de 2011

Love declaration

Sé que llegará el día en que tus ojitos marrones o azules, habrán de leer y releer cuánto es que mami te quiere.
Por lo pronto te puedo imaginar y desde ya para siempre mi amor te pertenece.
No tengo clara la forma de tu pelo o el color de tus mejillas, pero en cambio puedo ver nítidamente todas tus iniguales sonrisas.
Papi y mami se están preparando para algún día no muy lejano recibirte.
Para extender sus brazos y acogerte, para mecerte con dulzura, para susurrarte en secreto cuánto de magia hay en tus manitas.
Cada pequeña y diminuta parte de ti, habrá sido hecha con ilusión,  dibujada con anhelo y decorada con ansias infinitas.
No será fácil hacer del mundo un lugar mejor o más seguro, pero en cambio te habremos de recordar que tu sola existencia ha convertido el nuestro, particularmente, en uno indescriptiblemente más hermoso.
Te pido disculpas si es que algún día el egoísmo de la rutina nos envuelve y roba tiempo para ti, si nuestra paciencia resblandece o nuestros juegos se tornan aburridos. Debes entonces simplemente recordar, que detrás de cada error, mamá y papá procuran tercamente mejorar para ti. 
No sé cuál será tu color favorito, si te gustarán los carros o las muñecas, tampoco puedo asegurar que te parecerás a mí, o más bien has de heredar el carácter de tu papi.
Lo único que mi corazón afirma con certeza, es que te ha de cuidar, amar, engreir, apoyar y conservar, como el milagro más maravilloso, de todos y cada uno de mis días.

Te ama,

mamá.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Sebastiani Pepiani

Mi hermana mayor nos sorprendió a todos con tan inseperada noticia, estaba embarazada y para malestar de mis semi-conservadores padres, aún no acababa la universidad.
Si bien es cierto ya andaba cursando el último ciclo, su embarazo avanzado y sus múltiples preocupaciones, le hacían dudar continuar con la carrera.
Por el contrario mis padres, que son sumamente exigentes en todo lo que a estudios respecta, dieron luz roja a sus ideas locas de abandonar cinco años de mancomunados esfuerzos.
Mi hermanita y yo seguíamos atónitas ante la noticia y la creciente barriga de nuestra hermana mayor. Pero el tiempo se encargó de ir disipando toda consternación y más bien nos condujo a toda la familia, en el viaje maravilloso de la dulce espera.
Mientras mi padre escribía listas interminables de nombres por las noches, mi mami le preparaba extractos y jugos naturales a la pancita. Nosotras, las futuras tías, decidimos emprender la comunicación con ese pequeño ser que anidaba allá dentro. Por las tardes cuando la futura madre nos llegaba de visita, sosteníamos largas conversaciones con el pequeñin en camino. Y es que para ese entonces, ya sabíamos con certeza que el bebe sería un niño. Noticia que tomó a todos por sorpresa y dejó regado un hálito de dudas; en mi familia reinamos las mujeres y poca o ninguna era nuestra experiencia con ropones celestes o carritos de juguete.
Dicen que ser tía es lo más cercano a ser madre. Por ahora no puedo dar fe de eso, pero imagino que ha de ser tan o más inexplicablemente maravilloso.
Sebastián nació un día inolvidable de Marzo, su rostro era casi idéntico al de mi hermana, su madre, en todas las fotos.
Con el pasar de las semanas, que se fueron convirtiendo rápidamente en meses, la mamá de Sebastián tenía que retornar a clases. Yo, que también iba a la misma universidad, para buena suerte tenía sólo que asistir por las tardes. Eso significó que el destino me había convertido en la elegida para cuidar a Sebas mientras todos seguían con su rutina, hasta que su mami llegara corriendo a  casa a la hora del almuerzo.
Todas y cada una de esas mañanas las conservo nítidamente en el corazón de mis memorias.
Aprendí a cargar su cuerpecito diminuto con la mayor delicadeza, a cambiarle pañales con total rapidez y tuve que recordar mis viejas canciones de cuna.
Sin embargo nada de eso se comparaba con el momento indescriptiblemente hermoso para mí, de cuando tenía que darle a Sebastián la mamadera.
A Sebas lo acurrucaba entre mis brazos, tibio y seguro, luego me percataba que la inclinación y posición sean las adecuadas, me cercioraba de tener más de un babero a la mano, y cuando por fin el biberón tocaba su boca, empezaba a danzar  la magia y sonar la música.
Sebas y yo nos contemplábamos maravillados él uno al otro, sin descanso.
Él tomaba mi dedo con su pequeñita mano y la apretaba en señal de seguridad y confianza.
Yo le cantaba repetidas veces las tres o cuatro canciones que aún recordaba con claridad, mientras él descuidaba mi dedo para esta vez jugar con mi pelo.
Nada nos podíamos decir, pero tampoco las palabras hacían falta.
Imagino que sus ojitos trataban de reconocerme y memorizarme, e imagino también que muy dentro de él se repetía: "Ella es mi tía".
Amo a todos mis sobrinos por igual, pero Sebastiani Pepiani es, y siempre será, la primera y más inolvidable experiencia de amor puro y verdadera entrega.
Será para siempre la versión elevada y multiplicada al infinito del amor que siento por su madre, y la más tierna prueba, que no hay nada más dulce... Que la dulce espera.


martes, 8 de febrero de 2011

Paula va a la Escuela

Por aquél entonces decidimos que era tiempo de darle cabida en nuestras vidas a un tercer miembro. Pero nunca imaginamos que nuestra decisión se materializaría en un ser peludo, con nariz húmeda y de cuatro patas.
Paula llegó a formar pronto parte de nuestra rutina diaria y nuestras manías; lo nuestro fue indiscutiblemente amor a primera vista.
Paula, una labrador retriever blanco, nos esperaba impaciente junto a sus demás hermanitos. Llegar a ella no fue tarea fácil, nos tomó más de dos dos horas conduciendo, muchas paradas intempestivas, vueltas y medias vueltas.
Cuando la tuve por primera vez en mis brazos, mi instinto maternal asomó tímidamente para darle la bienvenida.
Su pelo era suave, sus ojitos inquietos y sus patitas diminutas.
A Paula le hablaba yo en español y todos los demás en casa en alemán obviamente.
Ella sabía perfectamente que hacer cuando pronunciaba la palabra "siéntate", al igual que cuando alguna visita por ejemplo le decía "Paula, sitz".
A Sebastián, mi sobrino que por esos años andaba por los cinco, llamaba en repetidas ocasiones para así extrañarlo menos y contarle nuevas aventuras de la "pequeña Paula", como todos la bautizaron cariñosamente.
Sebas preguntaba siempre insistentemente si es que cuando yo lo llamaba, estaba de noche y él en cambio aún con el sol radiente tras de la ventana.
La diferencia de horas solía fascinarle y nunca se cansaba de confirmar si es que realmente él estaba por almorzar y yo más bien andaba por la cena.
En una ocasión, le conté a Sebas que aquí en Alemania era muy común enviar a los perritos a la "Escuela". Sebas consternado me pidió que por favor le explicara al detalle eso de mandar a Paula a estudiar.
Para que a sus cinco años me entendiera, use una práctica analogía, le expliqué que así como él iba puntualmente al jardín, para aprender cosas importantes y útiles para los niños, la pequeña Paula haría lo mismo.
Después de mi aclaración y un breve silencio, Sebastián me mantuvo en suspenso por algunos instantes más, hasta que su voz con un tono nítidamente dubitativo me preguntó al fin: "Milena, dime... Sus profesores serán perritos también?" 
Reí en el alma aquella vez de la pura ternura e ingenuidad de sus palabras, y estoy segura que a Paula también le causó mucha gracia.


lunes, 7 de febrero de 2011

Juana la Cubana

Allá por los años noventa, yo ya cursaba el segundo grado de primaria porque a mis padres se les ocurrió que sus hijas podían perfectamente ir a primer grado a los cinco.
Mi papá particularmente le tenía tirria a los jardines de niños, desconfiaba plenamente de los "efectos educativos positivos" que estos podían causar en sus retoños. Así que por una cuestión meramente burocrática, yo fui al jardín de cuatro.
Recuerdo vagamente a mi maestra y mi salón de clases, sin embargo aún me puedo imaginar a mí misma cantándole a mi padre el repertorio completo de canciones infantiles de regreso a casa.
Mi primer beso, literalmente, lo di entre esas cuatro paredes adornadas con personajes ficticios y colores llamativos.
La profesora me sentó en la columna derecha en la tercera o cuarta fila. Mis ojos habían divisado ya con anticipo a mi presa. Quedé tan prendada de aquel niño de cabello castaño y ojitos claros, que cuando la maestra me llamó para recoger mi cuaderno de tareas, ni corta ni perezosa de regreso a mi sitio, le zampé un beso en los labios a mi compañerito preferido.
El pobre niño quedó boquiabierto y asumo yo, con severos traumas sicológicos hasta ahora; mi maestra, nuestra celestina, rompió en carcajadas infinitas.
Parte de mis años primariosos los estudié en el mismo colegio que mis primos mayores. Asumo que nuestras madres, que son hermanas, querían que su prole fuese igual de unida que ellas mismas.
Siempre fui, a excepción de este último año, extremadamente delgadita.
Padecía de inapetencia y la pobrecilla chica que en casa nos cuidaba, tenía que desarrollar diferentes técnicas de negociación para que aceptara al fin terminarme la sopa, o comerme otra cucharada de arroz.
A pesar de mi apariencia frágil, de pequeña soñaba con ser actriz, cantante o animadora infantil. Luego se me antojó ser aeromoza, viajar por los aires y conocer lugares diferentes todo el tiempo; pero la vida se encargo de hacerme estudiar turismo y trabajar en diversos aeropuertos. 
Una vez en clase, ya en segundo grado, la profesora llamó nuestra atención,  después de apaciguar el bullicio pidió voluntarios para la actuación. Mi memoria aún no se decide si fue para el día del padre, o más bien para el de la madre, pero estoy segura que la dichosa actuación fue para una de esas ocasiones.
Yo tenía seis años de edad y sin pensarlo dos veces, levanté la mano.
Debo acotar en este punto, que mi familia no es bailarina y mucho menos extrovertida. Las actuaciones escolares brillaban siempre por nuestra ausencia.
Sin embargo, mis ganas decidieron que era tiempo de pisar el escenario y bañarme con sus luces.
Aquella tarde de fin de semana el colegio tuvo a bien improvisar un tabladillo a mitad del patio principal.
Como mamá usa apenas lápiz labial y mi actuación ameritaba maquillaje y coquetería, delegó su función maternal a una de mis tías favoritas. Ella me peinó y tensó mi cabello lacio rebelde con potes y potes de un gel amarillo e inodoro.
Mi vestido, que con orgullo aún conservo; era corto, de pliegues, ajustado y de un azul incandescente.
Cuando el gran momento llegó y el director anunció nuestro número, mis piernas delgaduchas dejaron de temblar instantáneamente y fueron adquiriendo el ritmo de la música.
Fuimos saliendo todas en fila hasta formar una media luna. La profesora de educación física que además hacía las veces de nuestra coreógrafa, nos marcaba los pasos escondida desde una esquina.
Estaba pautado que un grupo de chicas, lindas todas y con instrumentos musicales de juguete, dieran un par de pasos al frente y mostraran al público, su guitarra, órgano y trompeta respectivamente.
Como en casa durante mi niñez abundaban libros de los hermanos Grimm en vez de barbies, peluches, tacitas o cualquier otro juguete de plástico; no fui designada a salir al frente con las demás afortunada bailarinas.
Pero fue un poco antes del final de nuestro número, a más de media canción, que mi cuerpecito endeble decidió irrumpir en el grupo de privilegiadas para improvisar un par de movimientos sin control. Di vueltas, me contorneé, meneé y bailé, como en secreto y a escondidas sabía hacerlo frente al televisor y los espejos.
El público lleno de madres y padres de familia, tíos y abuelos, aplaudieron, gritaron y celebraron eufóricos mi aparición.
Fui un éxito.
Brillé casi tanto como el vestido y la escarcha del barniz de mis uñas.
Aquél día que mis ansias escondidas se apoderaron de mí, fui inmensamente feliz y aprendí a no temer jamás a soñar en voz alta y a arriesgarme a hacer lo que sencillamente más me complace.
Fueron las "Chicas del Can" que a mis seis años me enseñaron la más valiosa lección y sobre todo además, la más útil... No importa si el pasito es pa' adelante o para atrás, importa que solamente sea con ganas! 

 

martes, 1 de febrero de 2011

Deseos de algo más...

Algo más de amor, algo más de esa oportunidad que estoy esperando, algo más de sentirme libre y despierta.
Un nuevo año para dejar atrás viejas creencias y falsas identidades, para ser libre para forjar mi propio destino.
Para continuar despertando a la heroína que llevo dentro, con amor hacia los demás.
Hacia ese amanecer, esa sonrisa, ese puñado de estrellas, ese montoncito de todas las lágrimas y todos los ríos.
Ese beso, esa canción, cada atardecer y cada poesía…
Que crea en la vida que quiero ver y vivir, que despierte y crezca en armonía, que me inspire y sea siempre quien realmente soy.
Alguien cuya esperanza nunca desfallezca y su nostalgia anide la fe.
Cuyo corazón aumente los latidos, inquiete su respiración y las mariposas revoleteen alrededor cuando lo vea.
Que cada despedida me regale una fresca bienvenida y cada palabra mía hiera menos y en cambio consuele más.  
Que mi ilusión cada fracaso renueve, que la realidad supere mis sueños y mis sueños se vuelvan verdad.