martes, 8 de febrero de 2011

Paula va a la Escuela

Por aquél entonces decidimos que era tiempo de darle cabida en nuestras vidas a un tercer miembro. Pero nunca imaginamos que nuestra decisión se materializaría en un ser peludo, con nariz húmeda y de cuatro patas.
Paula llegó a formar pronto parte de nuestra rutina diaria y nuestras manías; lo nuestro fue indiscutiblemente amor a primera vista.
Paula, una labrador retriever blanco, nos esperaba impaciente junto a sus demás hermanitos. Llegar a ella no fue tarea fácil, nos tomó más de dos dos horas conduciendo, muchas paradas intempestivas, vueltas y medias vueltas.
Cuando la tuve por primera vez en mis brazos, mi instinto maternal asomó tímidamente para darle la bienvenida.
Su pelo era suave, sus ojitos inquietos y sus patitas diminutas.
A Paula le hablaba yo en español y todos los demás en casa en alemán obviamente.
Ella sabía perfectamente que hacer cuando pronunciaba la palabra "siéntate", al igual que cuando alguna visita por ejemplo le decía "Paula, sitz".
A Sebastián, mi sobrino que por esos años andaba por los cinco, llamaba en repetidas ocasiones para así extrañarlo menos y contarle nuevas aventuras de la "pequeña Paula", como todos la bautizaron cariñosamente.
Sebas preguntaba siempre insistentemente si es que cuando yo lo llamaba, estaba de noche y él en cambio aún con el sol radiente tras de la ventana.
La diferencia de horas solía fascinarle y nunca se cansaba de confirmar si es que realmente él estaba por almorzar y yo más bien andaba por la cena.
En una ocasión, le conté a Sebas que aquí en Alemania era muy común enviar a los perritos a la "Escuela". Sebas consternado me pidió que por favor le explicara al detalle eso de mandar a Paula a estudiar.
Para que a sus cinco años me entendiera, use una práctica analogía, le expliqué que así como él iba puntualmente al jardín, para aprender cosas importantes y útiles para los niños, la pequeña Paula haría lo mismo.
Después de mi aclaración y un breve silencio, Sebastián me mantuvo en suspenso por algunos instantes más, hasta que su voz con un tono nítidamente dubitativo me preguntó al fin: "Milena, dime... Sus profesores serán perritos también?" 
Reí en el alma aquella vez de la pura ternura e ingenuidad de sus palabras, y estoy segura que a Paula también le causó mucha gracia.


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