sábado, 19 de febrero de 2011

Ella

Una de mis mejores amigas aquí en Alemania viene de Túnez. Es delgada, de baja estatura y abrazos tibios. Es mamá de una adorable pequeña de tres años y tenemos en común estar ambas casadas con alemanes afortunados. A pesar que su apariencia delicada la hace lucir indefensa, mi buena amiga es una luchadora inagotable. 
A diario se divide y multiplica en varias personas, mientras la figura masculina de la casa ausente hasta el fin de semana, maneja por carreteras y pistas desconocidas porque el trabajo así lo indica.
A pesar de haber asistido solamente a un curso básico de alemán, el tiempo y la necesidad la han hecho actualmente poseedora de un vocabulario y una fluidez envidiable.
A diario tiene que lidiar con profesoras de jardín, cuentas de banco, el casero del edificio y el dentista que la atiende, entre muchos otros más personajes.
Recientemente la poca acogida que sus curriculums recibían por estos lares, a pesar de ser una muy inteligente graduada profesora de inglés, la empujaron a tomar una decisión determinante.
Pensando en las cuentas acumuladas, el futuro de su hija y sus postergadas vacaciones en familia; mi amiga decidió empezar de cero y estudiar aquello que con certeza le aseguraría un buen empleo.
Se levanta tempranísimo para después de preparar el desayuno llevar personalmente a su engreída al jardín, luego acelera el paso por miedo a perder el tren que la conduzca una hora después a la ciudad de las oportunidades. Con el mismo apuro, toma el bus que la lleva al instituto, y una vez allí presta atención al máximo para no perderse ni una sola palabra dicha en clase.
Aunque todos allí hablan rapidísimo y usan palabras rebuscadas, nada es suficiente para aminorarle las ganas y por el contrario la han convertido en la mejor amiga nunca antes vista del diccionario.
Después de transcurrir más de una mañana entre cuadros, estadísticas, diapositivas, y teorías complicadas en un idioma completamente ajeno al suyo; emprende el camino que la lleve de regreso, a esa ciudad pequeña que pocas o ningunas opciones le ofrece.
Ni bien su frágil presencia deja el tren, el inmenso reloj de la estación le recuerda con sus agujas negras que su hija probablemente ansiosa la espera.
Como el carro lo conduce papá de Lunes a Viernes, mamá tiene que subir cuesta arriba empujando el pesado cochecito con efuerzo hasta llegar por fin a casa.
Debajo de la puerta sobres blancos regados en el piso le dan la bienvenida, los ignora mientras tanto porque sabe a ojos cerrados que son más cuentas y recibos que claman ser pagados, y por ahora sus manos decidieron por ella pelar papas y cortar la carne para la cena.
Se acuesta sola en una cama que fue hecha para dos, tan tarde como temprano se levanta.
Su rutina se repite inexorable día a día, excepto los fines de semana claro, que en vez de atesorar el tiempo escaso que su esposo pasa en casa, toma pedidos y sirve platos exóticos y contundentes en un restaurante griego.
Mi amiga es para mí una mujer admirable y pujante. Una mujer que hace como muchas otras de administradora, mamá, esposa, ama de casa, estudiante aplicada y trabajadora de medio tiempo.
A todas y cada una de ellas yo admiro. A todas y cada una de ellas aprecio y quiero. Todas y cada una de ellas me han regalado la fotuna de considerarme su amiga y me escuchan atentas para darme un consejo, me provocan sonrisas cuando extraño más de la cuenta y me dictan recetas en inglés por teléfono.
Parte de mi gran cariño se debe seguramente a que ella me recuerda a mi mami, con sus muchas facetas y sus mil cosas, cuando salía a trabajar de casa tempranito y volvía a la hora de las buenas noches.
De ambas estoy orgullosa y de ambas recibo feliz toda la sabiduría que quieran compartir.
Pero esta vez quise compartir yo su rutina y parte de su historia, quise recordarnos cuántos maravillosos seres habitan en nuestras madres, amigas o hermanas. Cuánta entereza y fuerza viven en ellas, cuánta inspiración su amor y entrega nos deben causar, a pesar que a diario se pierdan en el anonimato o en el olvido.
Confío que algún día, nosotras, las que andamos en los previos del entrenamiento, seamos vistas con los mismos ojitos pequeñitos maravillados con los que veíamos a nuestro rostro femenino favorito, mientras "ella" nos cambiaba los pañales o calentaba el motor del avioncito, que habría de conducir hasta nosotros la tan esperada papilla y todo su cariño.


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