lunes, 21 de febrero de 2011

Ampelmännchen

El hombrecito del semáforo es un personaje entrañable de la cultura popular urbana. El llamado aquí Ampelmännchen, es más que una figura típica de los semáforos alemanes ubicados en los pasos peatonales. 
Su mecánica es sencilla, extiende los brazos y se torna de color rojo para alertarnos y prohibirnos el cruce, mientras que de verde da un paso al frente y nos señala que ahora en cambio, el tránsito está permitido.
En mi particular opinión los hombrecitos que forman parte de la llamada Alemana Oriental, son mucho más amigables y graciosos que aquellos que pertenecen al otro extremo.
Cada vez que me encuentro cerca a uno de estos seres míticos atrapados en luces de colores, le sonrío y aguardo atenta sus instrucciones.
Sin embargo mi sorpresa aumenta cuando me siento acompañada y cada uno de mis transeúntes vecinos lo miran también con respeto, y parece ser que sus ojos le ofrecen una venia invisible.
Sin importar estar parada a la espera junto a hombres de negocios, ancianas con bastones, madres de familia, estudiantes con zapatillas coloridas o punks de pelos engomiados; nadie cruza sin haber recibido primero el visto bueno de nuestro estricto hombrecito.
Muchos miran sus relojes apurados, los más tímidos meten las manos al bolsillo mientras que los nerviosos giran la cabeza para mirar a todos lados angustiados.
Me ha sucedido muchas veces que la pista frente a mí se encontraba vacía, sin rastro o sombra de algún vehículo amenazador ni tranvía.
Precisamente en esos instantes el hombrecito me mira desafiante y dirige su mirada también al muchacho de lentes, alto y desgarbado de mi derecha y al de casaca con púas y botines gastados de mi izquierda.
Sin importar la ideología, tamaño, edad, religión o estilo de vida; nadie osa en estos lares contradecir al rey del tráfico y muy obedientes todos esperan su veredicto detrás de la línea.
Una vez en clase compartimos mis compañeros y yo, atónitos, nuestra inquietud. Mi profesor que es alemán además, nos explicó en breves y resumidas cuentas que todos aguardan el dictamen del Ampelmännchen no por una cuestión de respeto o fanatismo, sino más bien para dar el ejemplo.
La mayoría tiene claro aquí, que si no cumplen las reglas como respetar el semáforo en este caso, poco o nada les serviría inculcarle a sus pequeños, cruzar las calles con cuidado.
La asistente de gerencia, el contador del Banco, el profesor de la universidad, el estudiante de arte o la cajera del supermercado; todos, sin importar su estatus, diploma universitario o recibo por honorarios, tienen hijos que les gustaría que regresen sanos y salvos del colegio, de visitar un amigo o de la academia de vuelta a casa.
Ahora en cambio, cuando aguardo paciente cerca a un semáforo, sonrio complacida a sabiendas que las diferencias se vuelven nulas, que todos podemos fácilmente deshacernos de aquello que nos hace distintos y que a pesar que alguno u otro se desvíe a mitad del camino, queda mucha gente entre nosotros que aún apuesta por lo correcto, gente que aún en estos tiempos dice "gracias" y "pide por favor", personas que devuelven intacto el vuelto demás en la bodega, que le desean buenos días al vecino al igual que al guachimán de la esquina, personas que con sus actos rutinarios y sencillos, le obsequian a este mundo la oportunidad de ser cada día un poquito mejor y más optimista.


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