miércoles, 23 de febrero de 2011

Le Petit Chaperon rouge

Desde pequeñas a mis hermanas y a mí nos encantaba leer, vicio que heredamos de nuestros padres; habían navidades que en vez de juguetes, al llegar las doce, los papeles de regalo dejaban entrever colecciones completas de cuentos infantiles.
Mi padre orgulloso de su modesta biblioteca, pero de gran valor sentimental, nos cedía buenamente los estantes más bajos de sus libreros para facilitarle a nuestra corta estatura su alcance.
Una Navidad memorable, recibimos de Santa Claus  un libro llamado "Kinder- und Hausmärchen" (Cuentos para la infancia y el hogar), popularmente conocidos como "Cuentos de hadas de los hermanos Grimm". 
Para quienes los autores no les suena familiar, el libro contenía cuentos como: Blancanieves, Hänsel y Gretel, La Cenicienta y Juan sin miedo.
También formaban parte de la entrega navideñ"Histoires ou Contes du Temps passé" (Historias y Cuentos de Tiempos Pasados), subtitulada como "Les Contes de ma Mère l'Oye" (Los Cuentos de Mamá Ganso o Mamá Oca) escritos por Charles Perrault, quién recopiló y reelaboró numerosos relatos de la tradición oral, como El gato con botas, o Caperucita Roja. 
Ahora probablemente tu mente está viajando a épocas lejanas, y evoca con nostalgia aquellos cuentos que leías en la infancia.
Pues bien, a diferencia de ti y muchos otros más niños, nuestros finales no eran todos tan felices.
Tenían moraleja por supuesto, pero terminaban la mayoría en situaciones trágicas y bastante dramáticas.
Sabías tú que la versión de los cuentos infantiles que llegaba a tus manos, con letras grandes e ilustraciones coloridas impresas, había sido cambiada durante el pasar de los años y no representan una copia fiel del original?
Los textos se fueron adornando y, a veces, censurando de edición en edición debido a su extrema dureza. Por ejemplo, la madre de Hansel y Gretel pasó a ser una madrastra, porque el hecho de abandonar a los niños en el bosque dejaba mucho que desear a la imagen tradicional de la madre de la época.
A mediados del siglo veinte, en algunos sectores de América del Norte la colección de cuentos era condenada por maestros y padres de familia debido a su crudo y poco civilizado contenido, ya que representaba la cultura medieval con todos sus rígidos prejuicios, crudeza y atrocidades. Los adultos ofendidos se oponían a los castigos impuestos a los villanos. Un ejemplo claro se puede ver en la versión original de Blancanieves, en la cual a la malvada madrastra se le obliga a bailar con unas zapatillas de hierro ardiente al rojo vivo hasta caer muerta. 
Una vez que los hermanos Grimm descubrieron entonces a su nuevo público infantil, se dedicaron a refinar y suavizar sus cuentos.
A Charles Perrault le pasó lo mismo, mi ejemplo favorito es el de "Caperucita Roja", esta historia destacaba sobre las otras por ser, más que un cuento, una leyenda bastante cruel, destinada a prevenir a las niñas de encuentros con desconocidos.
He aquí el extracto del final de la versión que leí de chiquita:
-Abuelita, tenéis los brazos muy largos.
-Así te abrazaré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis las piernas muy largas.
-Así correré más, hija mía.
-Abuelita, tenéis las orejas muy grandes.
-Así te oiré mejor, hija mía.
-Abuelita, tenéis los ojos muy grandes.
-Así te veré mejor, hija mía.
Abuelita, tenéis los dientes muy grandes.
-Así comeré mejor, hija mía.
Y al decir estas palabras, el malvado lobo arrojose sobre Caperucita roja y se la comió.
Fin.
Como ves, no hubo leñador, ni cazador que al pasar casualmente por ahí, escuchase los gritos de caperucita y presuroso corriese a su rescate, ni tampoco nadie le cortó la panza al lobo malvado para extraer intactas de su abdomen a la abuelita y la nieta desobediente.
Tuve padres algo fuera de lo común, es cierto, pero les prometimos seriamente mis hermanas y yo, no romperles el corazón a los demás niñitos que conocíamos o regar nuestra verdad a los vecinitos que jugaban por las tardes con nosotros, ni mucho menos a los compañeritos inocentes del jardín. 
Lo curioso es que ahora de grande, por el contrario; he aprendido que fuera del mundo de las hadas, aquí mismo en este mundo real-maravilloso, de García Márquez, Borges, Neruda y Carpentier; los finales felices... Sí existen.


No hay comentarios:

Publicar un comentario