Érase entonces por los a
os noventa, que un desconocido ingeniero agrónomo de ojitos jalados le volteó el partido a un prominente y talentoso escritor. Para la sorpresa de muchos y la incredulidad de otros, este seDos a
un cinco de Abril para ser más exactos, este se aludiendo como justificación la falta de voluntad política del Congreso y la crítica situación militar entre el Estado y el grupo terrorista Sendero Luminoso. Este hecho marcó un quiebre constitucional en el país a través del cual Fujimori se convirtió en un gobernante autoritario que intentó perpetuarse en el poder a través de la consolidación de una autocracia corrupta. Éste fue sólo el comienzo de una serie de objetables y cuestionables actos y conductas que llevaron a mi país al caos y el desequilibrio.
En el año 2000 Fujimori tomó la controvertida decisión de postular para un tercer mandato. Tras una campaña empañada con acusaciones de fraude electoral, venció sospechosamente en segunda vuelta a Alejandro Toledo.
Yo andaba por los 16 y cursaba el primer ciclo de Arquitectura.
En mi casa no se discutía de nada excepto de política, mi padre esperaba ansioso las ediciones de la Revista Caretas y adquiría sólo los pocos periódicos opositores que no fueron comprados ni acallados por Montesinos.
Las diferencias generacionales entre mi padre y mis hermanas simplemente desaparecieron. Hablábamos todos en la mesa y discutíamos acaloradamente indignados de la injusticia y el maltrato al que los peruanos estábamos siendo sometidos.
Ninguno de nosotros concebía tanta ceguera, tanta terquedad ni tanto cinismo.
Escasa conciencia tenía por aquel entonces sobre la Soberanía y el verdadero significado de la palabra Democracia, que hasta hacía poco solía instintivamente relacionarlas con mi clase de Educación Cívica en la escuela.
Ese año, muchos jóvenes hicimos historia.
Ese año nos levantamos en pie y alzamos la voz.
Mis clases en la universidad se interrumpían a menudo, para así en grandes masas marchar en contra de lo que nuestra mente aguda y nuestra alma inquisidora nos alertaba.
Recuerdo inclusive una tarde caminar protestando junto a cientos de personas más, de diferente apariencia y edades, durante horas y horas en el centro de mi ciudad, por calles y plazas con mi papá haciéndome compañía.
Se que ambos nos sentimos mutuamente orgullosos, él por mirar complacido el buen tino de su hija y yo por sentirme apoyada e incentivada a luchar por mis ideales.
Hoy parece ser que el sonido ronco e impetuoso de los que gastamos allí nuestra voz, se ha perdido en el olvido.
Hoy leo aterrorizada como la memoria frágil de muchos pretende borrar la historia, simplemente negándola.
Hoy lamento que no hayamos crecido lo suficiente en alma y espíritu para reconocer nuestros errores y no repetirlos.
Me aterra la idea de un escenario desalentador y falto de esperanzas.
Hoy tengo 27 y sencillamente me niego a creer que de manera voluntaria muchos hayan elegido equivocadamente la continuación del horror y el desasosiego.
Hoy me siento triste porque estoy lejos, porque saco cuentas e imagino con amargura; que a mi país, ese que nunca gana mundiales pero conserva el buen humor, ese dónde se come rico y nació un premio Nobel, el dueño de todas mis nostalgias y poseedor de la gente que más amo y extraño; lejos, muy lejos está también, de regalarle un futuro mejor y más feliz a mis hijos.
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