Nadie posee un mapa guardado en el fondo de un cajón o alguna bola de cristal capaz de descifrarnos los recovecos del destino. Ni siquiera las líneas entrecruzadas de las manos pueden augurarnos con certeza el porvenir.
Nadie sabe con seguridad que caminos seguirán sus pasos o cuántas veces habrá de hacer maletas en la vida.
El futuro es incierto y las despedidas no son sencillas.
Inesperadas o planeadas, deseadas o no; nos regalan sin pedirlo un dolorcito agudo que se esconde en nuestras fibras más sensibles. Nos dibujan un pliegue transparente en el alma para siempre.
A pesar de saber que existen muchos más regresos y bienvenidas pendientes, el corazón se te estruja y tu nostalgia inquieta empieza a echar de menos y a notar la distancia de por medio.
Los días se hacen eternidades y los kilómetros años luz.
He perdido la cuenta ya en cuántos cumpleaños, días especiales y momentos familares me he ausentado hasta ahora.
Debe ser que mi mente se rehusa a tomar nota de mi ausencia y prefiere hacer de cuenta que aún le quedan mil motivos para celebrar.
He aprendido, más de fuerza que de ganas, a conformarme con imágenes inmóviles atrapadas en el tiempo y voces que algunas veces me llegan desde lejos.
Mis ojos han desarrollado la capacidad de descifrar gestos en las fotos, imaginar momentos y crear diálogos.
Mi nostalgia ahora se conforma con escuchar atenta por teléfono la felicidad de otros para compartirla y mis ganas se apaciguan con un mail largo lleno de detalles, para incluirme mágicamente así, en la historia.
Sé perfectamente que muchas serán las anécdotas y los álbumes de los cuales no formaré parte.
Sé perfectamente que cada cumpleaños puede ser el último de mi abuelita y yo le quedaré para siempre debiendo el abrazo.
Sé también que mis sobrinos crecen rapidísimo y yo por lo pronto me voy perdiendo de sus juegos, de sus ocurrencias y sus progresos.
Le debo ya varias flores y desayunos en la cama a mamá, y la oportunidad de engreirla demás cada segundo domingo de Mayo.
Ya no existen más almuerzos familiares los Sábados de cada semana, ni me cantan happy birthday todos alrededor de la mesa.
No hay forma de cuando me sienta mal tomarme un taxi para visitar a mi mejor amiga, contarle mi pena y recibir su abrazo reconfortante.
Cerca ya no tengo a mis tías para que me traten como una niña de siete años y me quieran como a su propia hija.
Las tardes de cine en casa con películas de terror y canchita salada para compartir con mis primos se acabaron.
Mi papá ya no ronda la cocina ni me cuenta anécdotas surrealistas y graciosas de su familia, ni tampoco mis hermanas toman desayuno conmigo un feriado o día Domingo.
En esta vida todos vamos y venimos.
En esta vida todos vamos y venimos.
En esta vida algunos extrañan y otros más bien se hacen extrañar.
Pero hay quienes somos un poquito de los dos y sabemos a ciencia cierta que los que nos aman nos llevan siempre consigo. Que nos tienen en sus pensamientos y nos dedican sus buenos deseos.
Debe ser entonces que todo su amor inconmensurable, me llega puntual, a diario y tibiecito. Por eso mis días de lejos se hacen soleados y llevaderos.
Confío en que les hago falta pero en el fondo se alegran al verme tan resuelta, dueña de mi destino y buscadora de mi felicidad.
Y es precisamente esa felicidad la que me trajo aquí y de la cual ellos sin saberlo forman parte. Porque mi mundo feliz no existe sin todos aquellos a los que echo de menos... y que afortunadamente al igual que yo, comparten el mismo cielo.
Obie Bermudez - Todo El Año von shyhonestjosh
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