viernes, 21 de enero de 2011

Día de Enero

Cuando era chiquita y hacía dibujos en cualquier hoja en blanco, dibujaba las casas todas con techo a dos aguas, tejas rojas, chimenea y cortinas de bobos.
Cuando era chiquita también, mi papá me repetía que yo iba a viajar por el mundo.
Siempre me llamaron la atención las diéresis, me enamoré de ellas desde la primera vez que leí un libro de Charlotte Brontë.
Mi nombre les sonaba a algunos raro, generalmente al tercer intento daban por fin con él.
Lloré a mares a los doce cuando mis ojos leían el Diario de Ana Frank y me preguntaba a mí misma como es que en el mundo puede existir gente tan malvada y cruel como los alemanes.
Por ese entonces los odié.
Luego crecí y comprendí que no había porque sentir aquello, ni tampoco había que hacer pagar a justos por pecadores.
La primera casa en la que viví al llegar a Alemania, tenía alrededor de 300 años de antigüedad. Efectivamente el techo diseñado para protegerlos de la lluvia era de dos aguas, contaba además con tejas que en su momento fueron de un rojo intenso, y unas cortinitas graciosas y blancas en las ventanas. Todo excepto la chimenea de mis delirios de niña.
Aún no he viajado por el mundo, pero planeo hacerlo. Por lo pronto he conocido dos de los lugares que siempre quise visitar, Venecia y Atenas.
La chimenea soñada formará parte de la que con mucho esfuerzo estoy segura en unos años será mi propia casa, y las diéresis que antes me traían loca, las leo a diario y como si fuera poco además ahora las pronuncio sin cesar.
Pronto habré de cumplir años, y nada me hace por ahora más ilusión que esperar el 31 con ansias.
Adoro mis cumpleaños, siempre y cada uno de ellos desde que mi razón me lo permite.
Ese día no sólo celebro agradecida haber girado 365 días alrededor del sol más sabia y bendecida, sino que además festejo a mi mami que con infinito amor me cobijó durante nueve meses en su ser, a mi papá que repetía y aún repite firmemente que soy especial y me vaticina maravillas, a mis hermanas que me hacen sentir orgullosa, me envían sus angelitos en misiones especiales y como si fuera poco, me han convertido además en la tía-madrina más querida.
Celebro a mis buenos amigos, los viejos y nuevos, que ese día me habrán de pensar un ratito y me enviarán sonrientes todos sus mejores deseos.
Y celebro también al que me ha de levantar con el rostro iluminado y que sin saberlo, será para siempre el mejor de los regalos.
Cómo no he de adorar entonces mis cumples?
Si no son más que una proclama a viva voz, un letrero luminoso, un aviso en luces de neón que me recuerdan toda la fortuna que la vida bondadosamente me ha cedido.

Éste y cada nuevo 31... Yo celebro!



miércoles, 19 de enero de 2011

La silla vacía

Aquella tarde tuve clase de francés por primera vez.
Para variar y como producto de muchas vanas distracciones, mi reloj me jalaba la oreja y recordaba que faltaban escasos minutos para empezar.
Ya en la escalera de la escuela presentí que había que acelerar un poco el paso, fue entonces que una presencia inesperada me adelantó en un instante de descuido y luego se perdió en el siguiente piso.
A pesar de lo fugaz del encuentro, el breve roce de su hombro con el mío, fueron suficientes para que mis ojos memorizaran rápidamente su apariencia.
Vestía de traje y llevaba un maletín negro en la mano.
Es un profesor en los mismos aprietos que yo, deduje. Y me consoló la idea de no ser la única despistada en ese edificio, enemistada con el tiempo.
Sólo volteó levemente la cara y alcanzó a pronunciar un "lo siento", esas fueron sus dos únicas palabras.
Mi timidez no atinó a responderle y lamentó haber obviado siquiera regalarle una sonrisa.
De lo pura pensativa, disminuí el ritmo de mis pasos hasta que el número 103 colgado en la puerta me gritaba, es aquí, llegamos!
Efectivamente, había por fin llegado.
Toqué la puerta con vergüenza y deslicé un "buenas noches" casi susurrando.
Mis ojos buscaron con urgencia en aquél pequeño salón un lugar para sentarme, en medio de mi desesperanza divisé una única silla libre, una silla salvadora que me acogía y me invitaba a dejar continuar a la profesora con su clase.
Sin embargo esa única silla tenía puesto un maletín, levanté la vista para dar con el dueño y cual grande fue mi sorpresa al encontrar nuevamente al desconocido de la escalera.
Tiempo después, aquél personaje de traje me confesó que al encontrarse casualmente conmigo, asumió que se me había hecho igual de tarde y que además iba también a clase de francés, y como los segundos que duraron nuestro pequeño encuentro le bastaron para impresionarlo mucho, astutamente colocó su maletín  en la única silla que estoy segura, el destino había reservado para mí junto a él.
Y fue esa noche inolvidable con toque afrancesado, la que me obsequió la oportunidad de sentarme por primera vez, junto al que ahora llamo amor de mi vida. Y con el cual celebraré pronto nuestro primer aniversario de bodas.
La vida es maravillosa.
Nos regala idiomas nuevos por aprender, encuentros casuales en la escalera, salones de clase casi llenos... y siempre una silla vacía junto a nosotros, reservada para compartir.



viernes, 14 de enero de 2011

Pelos de pollo

Marquitos tuvo hoy su primer día de clases. Hace poco se inscribió a escondidas en un curso de español en la Volkshochschule, serán todos los Lunes de seis a ocho y media de la noche.
Tenía miedo de ir inicialmente porque el curso había empezado ya desde Setiembre, es decir se ha perdido varias clases desde entonces y su inseguridad lo desanimaba.
En la noche llegó cansado después de un largo y agotador día.
"Hola mujer!" me saludó en perfecto español, luego me contó emocionado sobre su primera clase, me comunicó solemne: "Milena, mi profesora dice que mejor  me inscriba en el siguiente curso, uno más avanzado porque el de hoy es muy fácil para mí."
Yo de lo más enternecida y muerta de la risa, le pregunté: "en serio?"
"Sí Milena, fui el único en colocar en el orden correcto las palabras para formar oraciones, y cuando pidió un sinónimo de "lustig" (gracioso en alemán) yo dije chistoso, pero ella buscaba más bien la palabra divertido, y usé bonita en vez de guapa, estuvo bien?"
A pesar de los consejos de su reciente estrenada profesora, ha decidido continuar asistiendo a ese curso porque como él mismo me resumió con total seriedad: "le falta aún aprender las estructuras gramaticales básicas."
Yo por mi parte me siento toda una madre orgullosa, pero como él es poco pretencioso, me ha dicho que piensa guardar perfil bajo y callar aunque se sepa las respuestas en clase, para que no le cojan ojeriza, por ahora ya hizo buenas migas con un compañero, "su amigo el químico" (me contó en español por supuesto).
Ah pero eso sí, me dijo también, " ya le dije a mi profesora que tengo prohibido por mi esposa pronunciar el castellano con acento español, nada de diferenciar las "Z", las "C" y las "S". Sólo tengo permitido hablar el "español latinoamericano"!
Por ahora trata de sacarle el jugo a las pocas palabras que se sabe en castellano y las combina todas muy gracioso para formar una oración! En una de nuestras acostumbradas sesiones de "cine en casa" mientras veíamos una película de suspenso, de repente soltó una frase inesperada, "uy tengo pelos de pollo!" pero lo que en reaildad quiso decir fue: "uy se me puso la piel de gallina!" 
Lo dijo tan natural y con tal convincencia que esta vez a mi risa no le quedó más remedio que convertirse en carcajada y resonó en nuestra habitación de manera estruendosa!
Él pobrecito se me quedó contemplando largo rato, ignorante por completo de su hazaña.
Sólo atinó a reirse junto conmigo.
Desde entonces en ocasiones me sorprenden en medio de mi rutina sonriendo de la nada, y cada vez que me preguntan el motivo, les confieso que andaba recordando alguna película de suspenso, que a mí, se me hizo particularmente más bien divertida. 

The Flintstones‏

Cada vez que Marquitos viene a casa al fin, como a eso de las 8pm de regreso de la oficina; ni bien abre la puerta, suelta su pregunta al aire como si yo fuera omnipresente y exclama: Milena, ya llegué! Qué has preparado hoy de comer?! Y al igual que ustedes probablemente ahora, yo me imagino con mi vestido rasgado, hecho de piel de tigre dientes de sable, descalza luciendo al cuello mi collar de perlas como Vilma Picapiedra!
No, Marquitos no conduce un troncomobil, sino más bien un Nissan viejito color azul eléctrico!
Alguna vez sus mamás o abuelitas les contaron que al hombre hay que conquistarlo por el estómago... pues bien, no existen consejos más sabios que de aquellas que nos anteceden en el árbol genealógico; sí mis estimadas, los hombres tienen el corazón en la panza!
Ellos se dejan seducir por los olores exquisitos, los colores agradables, por el espejismo que emana una merienda recién preparada.
Pero sin embargo, las horas que me paso en la cocina sosteniendo una lucha encarnizada con el pollo, cortando verduras y mezclando condimentos como si fueran polvos mágicos, no le bastan a mi esposito.
No, después de haberle contentado sus cuatro estómagos cual rumiante, ellos requieren extra atención y cuidados.
A pesar que los maridos te estresan, y con el tiempo se convierten en los hijos que no tienes... es bonito estar casada después de todo!
He aquí la parte real-maravillosa del asunto... Cada favor, detalle, pequeño o grande, desde "alcánzame ese sobre mi amorcito por favor" hasta recordarle que es el cumple de su mamá y hacer las veces de secre en su oficina, te restriegan en la cara pelada que en todo el bendito mundo, dentro de toda esta creación perfecta, nada te complace y hace más feliz que estar siempre allí para él, cada vez que lo necesite.
Estoy sumamente emocionada porque más de la mitad del año pasado y éste nuevo que recién ha comenzado, me han regalado experiencias nunca antes vividas; pasé mi primera navidad y año nuevo con el ser que más quiero, pronto mi primer cumple y después, nuestro primer aniversario de casados!!!
La noche pasada, tratando de ver una película en la laptop ya echados en la cama, caímos en la cuenta que el 6 de Febrero ya se acerca, entonces no dijimos más y simplemente nos miramos y sonreímos.
A él le debo todas mis más amplias sonrisas, mi hogar pequeñito de a dos y la sensación de haber encontrado al fin un papá para mis hijos. Sé que a él le pasa exactamente lo mismo y no hay nada en este mundo que se le compare a esa sensación maravillosa de correspondencia y pertenencia.
Y es que a pesar de mis vanos intentos de libertad e individualidad, mi vida entera se la confié sin querer queriendo a mi Marquitos.
Y aunque escogerlo a él significó alejarme de aquello y aquellos que más amo, mi corazón cayó en la cuenta hace mucho, que es de su mano mi lugar favorito en el mundo.

Me despido sonriente, cursi y enamoradísima!!!!

Les deseo a todas ustedes, como cantaría Tito Nieves, el amor más bonito...




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...desde Thessaloniki hasta Athína!‏

Todo empezó un Domingo a las 3 am, que tuvimos que madrugar para manejar en carro hasta Berlín y tomar nuestro vuelo hasta Salónica (o Tesalónica).
Llegamos bien tempranito como a la hora del desayuno y ya sentíamos la diferencia abismal de temperaturas entre Grecia y Alemania. Luego esperamos pacientes el bus que nos llevase al centro, para que con dirección en mano encontraramos nuestro hotel!
En el camino me di con la sorpresa que Grecia se parece mucho al Perú. Salónica se me hizo muy similar a Lima.
En pocas palabras Alemania es una sala de quirófano desinfectada, esterilizada y de silencio casi sepulcral, mientras que Grecia, digamos es algo así como la cafetería colorida, bulliciosa y altamente ruidosa del hospital! 
El diseño de las casas, la distribución de las calles, el paisaje rumbo a la ciudad desde las afueras, el tono de voz de la gente, los buses, todo distinto de aquí. Ya en la ciudad, confirmé mis sospechas. Las calles estaban repletas de kioskos, vendedores ambulantes, perritos callejeros, conductores que se mentaban la madre y manejaban como locos!
Creo que contra todo pronóstico y toda mi fuerza de voluntad me estoy Alemanizando rápidamente! 
Marquitos estaba feliz con la mochilota a la espalda, comprando empanadas en la calle, y yo incómoda por el claxon ensordecedor y muerta de pánico por los carros asesinos! 
Por fin encontramos el hotel, y la recepcionista super amable nos dió algunos tips para ubicarnos mejor en la ciudad. En realidad todos, desde los pasajeros que esperaban el bus en el aeropuerto con nosotros, hasta los vendedores de periódicos fueron extremadamente amigables con nosotros.
La ciudad como ya me habían dicho antes es algo así como la Barcelona de España. Y aquí va una acotación importante, en mi vida he visto gente tan bonita al mismo tiempo! Los Griegos físicamente son una mezcla muy atractiva. 
A pesar de ser Domingo las calles estaban llenas y los restaurantes repletos de gente! Sobre todo aquellos que estaban frente al puerto.
Nos quedamos en Salónica sólo 2 días y allí alquilamos un carro para ir manejando hasta Atenas y hacer pausas en el camino.
Hicimos varias paradas en pueblos pequeños como: Volos, Larisa, Litojoro, Delfos.... y muchos más que por ahora no recuerdo. Comimos muy bien, frutas, verduras frescas  y también mariscos, chance que obviamente aproveché porque aquí en Alemania los mariscos sólo los venden congelados!
Me quedé totalmente fascinada y boquiabierta con los sitios arqueológicos que tenía por primera vez frente a mis ojos, pasar de los libros de Historia Universal de las clases del profe Caro a tener aquellas fotos en vivo y en directo!
Hemos manejado y caminado cuesta arriba el "Monte del Olimpo", visitado el "Oráculo de Delfos" y la "Acrópolis de Atenas", entre muchos más lugares y museos maravillosos.
Era algo así como estar metida en películas como Ben-Hur, Gladiador y Cleopatra por ejemplo!
En resumen me la pasé muy bien; las ciudades son caóticas, desordenadas y algo sucias; la gente amistosa, siempre de buen humor y de custionables modales sobre todo en la mesa; comí allí la mejor naranja, la mejor aceituna y ensalada de tomate en mi vida. Pero lo que me guardo con más celo, son cada friso, relieve, columna y estatua que ví y toqué en Grecia. 
Tomamos el Domingo en la tarde en Atenas nuestro vuelo de regreso a Berlín, y llegamos como a las 7 de la noche. Pasamos de 21 grados de calorcito rico, a 3 grados de frío devastador.
Para cerrar con broche de Oro nos fuimos a "Paracas" un restaurante latinoamericano, administrado por un arequipeño que ofrecía para nuestro gozo personal, nada más y nada menos que comida Peruana! Me tomé una cerveza negra con coca-cola y ambos pedimos empanadas de carne y lomo saltado de segundo.
Me sentí feliz.
Ya en Leipzig, como a la media noche, reconocí cada edificio, calle y luces que me conducían a casa, con una emoción antes desconocida.
Frente a la puerta de nuestro departamento con las mochilas en la espalda y las llaves en la mano, suspiré satisfecha.
Hogar dulce Hogar... exclamé!
Tirados en la cama exhaustos y medio dormidos, le dije a Marquitos: "El viaje estuvo lindo y tuvimos mucha suerte con el restaurante en Berlín, pero aquí entre nos... el Lomo Saltado, a mí me queda más rico!!!"

 

Vieja promesa...

Ayer tuve mi primera clase de inglés con Federica, tiene 11 años, pecas en los cachetes y el pelo corto y rojizo. Su timidez y su voz bajita, sin embargo, me hicieron sentir conmovida. Cuando estuvimos a punto de practicar un diálogo, unas ganas de abrazarla me invadieron al punto de casi mover mis brazos. Debe ser que me gustan mucho los niños y que extraño infinitamente a mis sobrinos concluí. Ahora que estoy mucho más lejos de ellos ando por las calles sonriéndole inconscientemente a cuanto niño en brazos, a pie, o en coche me encuentro.
Cuando vi todos sus cuadernos desordenados y su letra casi indescriptible, me acordé de Sebas, mi conejito mayor.
Luego todo el camino a casa me la pasé pensando, y me entró la duda y al final el pánico de que mi Sebas ya no se acordara de mí, o de que su mente pequeñita ya no me evocase feliz como de costumbre.
Entonces pensé en la distancia que nos separa y los días eternos que no lo veo.
Se me estrujó el corazón y me acordé de cuándo aún era más chiquito y lo tenía todo el tiempo merodeando e invadiendo el que era mi cuarto, hasta que un buen día entró como de costumbre sin avisar y me encontró de lo más absorta envolviendo un paquete, se acercó a mi cama y me preguntó curioso sobre su contenido y su destinatario. Después de explicarle que era un regalo que enviaría hasta Alemania porque mi novio estaría de cumpleaños en un par de semanas; tiempo necesario para que mi paquete después de cruzar mares, océanos y continentes llegase hasta sus manos el día indicado; se quedó callado, cabizbajo y pensativo. Luego le pregunté como para animarlo si le parecía linda mi tarjeta y el par de regalitos que había comprado, después de un corto silencio, Sebas pronunció solemne cuatro palabras: "Milena, no te cases!" No puedo negar que esa frase me tomó por sorpresa, cuando me encontraba tratando de disimular mi sonrisa, Sebas prosiguió: "Es que si te casas luego tendrás tus propios hijitos, y si tienes tus propios hijitos entonces ya no me querrás más, porque ellos te parecerán mucho más bonitos." Él no acababa de terminar la oración y yo ya andaba derretida de la pura ternura que salía en fila de sus labios.
Supongo que luego de aclarar un poco mi voz y retirar muy rápido y sutilmente alguna lágrima, le respondí con una de las pocas verdades absolutas que poseo: "No te preocupes Sebitas, que yo a ti te voy a querer siempre, por el resto de mi vida."
Sebas sonrió, su carita ya reconfortada, ignorante de ese maravilloso e inolvidable momento, ajeno totalmente a nuestra promesa de amor eterno, se dirigió a un osito de peluche que formaba parte de mi sorpresa de cumpleaños, lo tomó en sus manitas y exclamó: Qué lindo, me lo regalas?

Te amo mi Sebas, desde siempre y para siempre...

Yo también amo a mi mami!

“Del cielo cayó una rosa
mi mami la recogió
se la puso en su cabecita
y que linda que quedó.”

Estos fueron probablemente los primeros versos que la mayoría de nosotros aprendimos más de paporreta que de memoria, para recitar en alguna actuación escolar o improvisar frente a un reducido público familiar. Supongo que a esa edad, calculo la misma que la de mis sobrinos que ahora van al jardín, nos produjo una satisfacción indescriptible evocar aquellas líneas sin error y de corrido frente a nuestro rostro maternal favorito. Con los años, no logramos darnos abasto con tan solo un poema primarioso o alguna manualidad inútil. El tiempo nos roba palabras, nos acorta las frases, intimida nuestra espontaneidad y sonroja nuestros gestos cálidos para con mamá. Ideamos entonces bromas, ponemos sobrenombres, ofrecemos aquello que nuestro sueldo pueda pagar. Tratamos de materializar nuestra gratitud. Todo como parte de nuestra indemnización por todas las atenciones y en pago por todos sus tiernos cuidados. Obviamente, vanos esfuerzos.
Cómo recompensar todo su cuerpo, su tiempo, su energía, sus conocimientos. Todo su ser invertido en nosotros.
Siempre me he preguntado cómo se puede ser capaz de tener la voluntad, la fortaleza y la resolución para querer de esa manera.
Cuando observo cuidadosamente los grandes ojos curiosos de mis sobrinos, que me coquetean y enamoran tanto, me embarga una emoción y unas ganas indescriptibles de hacerles comprender que los quiero, que voy a cuidarles siempre las espaldas, que seré su paciente compañera de aventuras, su paño de lágrimas, su tía consentidora; supongo que es más o menos así como se le quiere a un hijo. 
Infinitamente.
Hasta ese entonces, hasta aquél maravilloso día aún desconocido, las abrazo hoy a todas, a ustedes que crearon vida, que aman incansablemente, a ustedes las de las malas noches, los pañales interminables, la de las canciones de cuna. 
A aquellas también que como yo, algún día sentirán crecer desde dentro ese cordón irrompible, hecho de fibras de amor, que habrá de perdurar para toda la vida.


Los hilos misteriosos del destino

Hoy por la mañana todo parecía indicar que iba a ser un día normal, fui puntual a mi cita con el doctor, y después de almorzar me fui a dictar mis clases de inglés a Marius, mi alumno de 16 años. Como a las 5 y media de la tarde, ya en la parada del tranvía, caminaba en círculos esperando ansiosa volver pronto a casa. El tranvía tardaba. Empecé a exasperarme un poco, siguieron transcurriendo los minutos y del tranvía ni la sombra. El pequeño grupo de personas que hasta ese entonces me acompañaban, se dispusieron a hacer uso de sus celulares para hacer así la espera menos tediosa. Para mi mala suerte el celular de Markus me respondía con la casilla de voz.
Los minutos seguían transcurriendo hasta volverse media hora, cansada de presionar insistentemente el mismo número  y recibir la misma respuesta, le dejé un mensaje. Las tres mujeres que hasta aquél momento me acompañaban, se disiparon repentinamente y me encontré de pronto sola. Me aterroricé. Marius, mi alumno, vive en Taucha, una pequeña ciudad que limita con las afueras de Leipzig, que en tranvía me toma llegar sólo 20 minutos. Existe sólo una línea, la 3 que me lleva cada media hora de vuelta a casa. Había pasado ya una hora y yo me congelaba literalmente, estaba lloviendo y a pesar que me protegía la angosta caseta de la estación, sentía mis pies helándose, mejor dicho ya casi ni los sentía, al igual que mis manos perdieron progresivamente la sensibilidad. Recé en mi mente, le pedí a Dios paciencia y me repetía a mí misma que la esperanza es lo último que se pierde.
Por fin Markus llamó y no pude contener más mi desesperación, grité, lloré y le solté en una oración que me moría de frío y que estaba sola sin saber que hacer hace más de una hora. Él estaba en un lejano pueblo a una hora y media de Leipzig visitando a un cliente. Me pidió que me calmara y prometió enviarme un taxi. Cuando colgué el celular y me sequé las lágrimas de frustración y angustia, me di con la sorpresa que una señora de robusta figura me hacía ahora compañía. Me había escuchado hablar por teléfono y le conmovieron mis palabras atolondradas y mis lágrimas de niña desconsolada. Ella al igual que yo estaba a la espera de algún tranvía, y digo alguno porque a diferencia de mí ya venía recorriendo a pie un par de estaciones más en busca del tan ansiado regreso a casa.
Trató por su cuenta de llamar un taxi, pero todo intento fue en vano. Por el invierno y la nieve, el caos reinaba por toda la ciudad, el tráfico era imposible y los accidentes imposibilitaban el flujo de los vehículos. Sin contar que los taxis andaban ocupadísimos recogiendo pasajeros aislados tan o más desesperados que nosotras. Me dijo con un leve tono de optimismo, al mismo tiempo que estiraba el brazo, quizás alguien se apiade y nos de un aventón a la ciudad.
Ningún auto se detuvo.
Markus volvió a llamar y sin darme cuenta, mi compañera de espera se había esfumado. Me llamaba para darme malas noticias, ningún taxi estaba libre y a él le tomaría mínimo una hora y media más el llegar hasta mí para recogerme. Pero me dijo que se había tomado la confianza de llamar a casa de Marius para preguntar si su mamá me podía pasar recogiendo, pero como si todo estuviera macabramente confabulado aquél día por los azares del destino, la mamá de mi alumno que es enfermera, estaba de guardia y no iba a volver a casa hasta muy tarde y el papá como sabíamos de antemano trabajaba en Berlín de Lunes a Viernes y volvía a casa los fines de semana. Me aconsejó igual caminar de vuelta a casa de Marius y esperar allí aburrida, impaciente pero al menos caliente su llegada. Le conté que no estaba sola, que ahora una señora que andaba en los mismos aprietos que yo me hacia compañía. Markus me pidió que actuara lo más prácticamente posible y que la dejara donde la encontré y me dirigiese a casa de Marius. Me dio mucha pena, tiritaba de frío es cierto, y sabía que uno no debe abusar de la confianza los alemanes, sabía perfectamente que si me iba a casa de mi alumno sería sola y sin rabos. Pero cómo iba a dejar a mi recientemente "amiga" congelándose sola y esperando hasta Dios sabe cuando el bendito tranvía.
Entonces su figura regordeta apareció igual de sorpresivamente que la primera vez, y esta vez con dos potes de café en la mano. Lo prefieres con leche o con azúcar, me preguntó, mostrándome los sobrecitos. Como me dijiste que ya venías esperando unas horas, imaginé que tenías frío y recordé que por alguna parte cerca había una tiendita. Llamé un taxi prosiguió, y me dijo que si tenemos suerte vendría por nosotras en media hora. Mientras tomé el café en mis manos y empezaba a sonreír deleitada por ese contacto tibio con mi piel, un señor con un maletín negro a lo lejos nos hacía señas. Se acercaba un bus, de esos que la compañía manda en caso de emergencias para recoger a pasajeros varados como nosotros. Ya a salvo, sentadas y calientes, le susurré bajito a mi compañera de amarga espera: "bueno habrá que tomar esto como una aventura, una historia para compartir."
Una historia sí, pero con final feliz exclamó.
Cuando terminé de preguntarle de dónde venía, se levantó presurosa y se despidió de mí. Había llegado a su destino. Luego sonrió y se perdió tras la puerta automática del bus.
Dios actúa de maneras misteriosas, pensé para mis adentros... misteriosas, pero eficaces.

Querido Santa:

Estoy segura que estás a la espera de alguna carta mía con mi respectiva lista inacabable de pedidos, como de costumbre.
Pues bien, esta vez para tu sorpresa, la mía será más bien una cartita de agradecimiento.
Se que tú todo lo ves y sabes perfectamente diferenciar aquellos que fueron buenos de los que no lo fueron tanto.
Pero me pregunto si también tienes la capacidad de leer el pensamiento.
Sea como sea, estoy convencida que conoces mi nueva vida y el que fue mi nuevo comienzo.
Precisamente de aquello es que quiero hablarte y agradecerte, porque nunca a mis veintiséis años fuiste un Santa tan eficaz como conmigo este año.
Gracias por envolverme de rubio y pintarle los ojos azules a mis sueños, por permitirme compartir junto a él cada día y despertar sintiéndome aún más enamorada.
Gracias por regalarme la dicha de una familia maravillosa que a lo lejos me cuida y desea firmemente que toda la felicidad me sea concedida.
Gracias por adornar preciosamente mi árbol con amigos fieles de toda la vida y algunos nuevos que me hacen sentir dulcemente acompañada.

Gracias especialmente, porque cada Navidad llenas tu saco de motivos nuevos para ser feliz y volverme una mejor persona.

Un beso, hasta el 24 a la media noche.



Mile.

El chinito amable y la sopa multicolor

Era un sábado de lluvia, después de manejar por horas y haber concluido de hacer las compras para la semana, nuestros estómagos vacíos decidieron por nosotros que era tiempo de buscar algo de comer. Después de una breve discusión sobre el tipo de comida que constituiría nuestra cena, vagamos en nuestro auto azul hasta el restaurante de aquél chinito muy amable que siempre nos sonreía y nos repetía incesantemente que su comida era preparada estrictamente con ingredientes naturales.
Para ser honestos a pesar de las cinco veces que le preguntamos su nombre, mi memoria se rehúsa a conservarlo y por el contrario mantiene siempre fresca su imagen hacendosa y su cuerpo frágil mezclando incansablemente verduras y carnes en una sartén descomunal.
Esa tarde no éramos los únicos en visitarlo, minutos atrás ya se habían instalado plácidamente en sus sillas de madera, una pareja con ojitos igual de diminutos que los de nuestro querido cheff.
Curiosos como siempre, nuestra vista reparó en esos tazones transparentes de contenido multicolor.
Preguntamos inquisidores sobre aquella atractiva sopa, recibiendo por respuesta casi simultánea, que era una sopa especial. Típica de Vietnam. Para ser más exactos virgen de todo condimento comercial y desprovista de saborizantes artificiales, como se acostumbra aderezar por estos lares.
Nuestros rostros iluminados y aún más curiosos preguntaron tímidamente si podíamos probar aquél plato fascinantemente descrito. Después de un silencio que nos mantuvo por microsegundos en suspenso, nuestro chinito amplió aún más su sonrisa al punto de desaparecer por completo sus ojos del rostro, y con su acento típico, nos contestó en su alemán enrevesado que esta vez haría una excepción por nosotros.
Fueron minutos durante los cuáles lo vimos ir y venir, agitar los brazos, cortar, trozar, mezclar. Sus dedos femeninos se movían en una danza armónica y el perejil parecía levitar por los aires.
Por ese entonces nos importaba poco el sabor de la bendita sopa, él sólo verlo constituía ya un espectáculo placentero. Entonces rompió el silencio y en un respiro a su timidez, nos confesó que aprendió a cocinar a los cinco años, porque su hermana mayor tenía que ir al colegio y sus padres a trabajar, entonces mamá le dejaba dispuestas ordenadamente las cantidades e ingredientes sobre la mesa. 26 años llevo cocinando continuó, y se requieren diez sólo para aprender a usar debidamente el cuchillo. De dónde yo vengo prosiguió, cocinamos con el alma y el corazón, como con todo en la vida.
Nuestro chinito es un ser apacible, pacífico como él sólo. Sus ademanes son suaves y sus gestos moderados. Sin embargo a pesar de su presencia inadvertida y su casi transparencia, nuestro chinito amable lucha por cambiar el mundo todos los días. Es un practicante activo del „Falun Gong”, una disciplina fundada en 1992 en China. Conformada por un conjunto de cinco ejercicios de meditación que pretenden desarrollar el carácter de los practicantes de acuerdo con los principios de verdad, compasión y tolerancia (真,善,忍).
El Falun Gong es un “sistema de autocultivo” y uno de los fenómenos más importantes surgidos en la China comunista como medio de autosuperación y en respuesta pacífica a las injusticias y males sociales que la aquejan.
Cuando nuestro chinito no está picando verduras, viaja por el mundo compartiendo su doctrina, incitando a todo cuánto lo quiera escuchar que no hay mejor respuesta que la de ofrecer siempre la otra mejilla.
Estas líneas son mi pequeño homenaje a todos aquellos seres de sonrisa amable, que con delantal o sin sartén luchan a diario contra la indiferencia, el pesimismo, la injusticia y el egoísmo puro.
Aquellos seres luminosos, que silenciosa pero incansablemente, no dejan de soñar, de confiar en que nos espera un mejor futuro y creer ciegamente que el mundo aún está lleno de personas buenas, que cómo tú o cómo yo, hacen que todo valga la pena.

Viene de Hawai?

Después del lonchecito en casa de Gabi, Marquitos y yo nos fuimos apurados a "Kaufland" (nuestro supermercado preferido), para hacer las compras de la semana. Pero esta vez nos fuimos al Kaufland más especial de todos, uno que queda en Meerane, relativamente cerca del que fue nuestro primer departamento juntos.
Eran casi las diez de la noche del día Sábado, ya estaban por cerrar la tienda y para variar nosotros éramos de los últimos. Al pasar con nuestro carrito por la sección de suplementos de cocina, noté que una mujer me miraba fijamente, sin pizca de sutileza. Me sentí un poco incómoda pero traté de obviar el asunto y volví a la búsqueda de mis tallarines.
Cuando el guardia de seguridad se nos acercó lentamente, entendimos que era hora de dirigirnos por fin a la caja, cosa que hicimos diligentemente.
Justo en la cola recordé que teníamos que cambiar nuestros cepillos de dientes y Marquitos se ofreció a ir en su búsqueda. Mientras le daba las especificaciones sobre marca, color y tamaño, volví a sentir aquella mirada inquisidora. 
Una vez sola, esa mirada penetrante me habló. Me dijo en su alemán perfectamente entendible si yo venía de Hawai? La pregunta me tomó por sorpresa y aún más mi interlocutora.
Era ella. La mujer del Trabbi. Uno de los más populares de la Alemania comunista y de los pocos modelos de automóviles a los que los alemanes del este tenían acceso, su nombre significa "compañero viajero", pero popularmente se le llamaba Trabbi.
Era la misma mujer de trenzas largas y rubias, de aspecto descuidado y gorra azul. Siempre que comprábamos en ese supermercado, a eso de la 9 de la noche, encontrábamos su Trabbi estacionado y a ella haciendo compras sola. 
Al poco tiempo le tomamos cariño a ese personaje para nosotros desconocido y bastante extravagante. Supongo que nos gustaba porque siempre coincidíamos entre los compradores de último minuto, y porque el verla apilar botellas y bolsas de comida en su diminuto carro, la hacían ver indefensa y le daban un aspecto caricaturesco. Solíamos imaginar su vida, el contenido de sus bolsas y el por qué de su religiosa rutina y sus compras nocturnas. 
Esta vez para mi asombro, aquél personaje entrañable me hablaba, me sonreía y me trataba de usted como todo típico alemán, para sacarse el clavo supongo, de si es que yo realmente venía de Hawai como ella sospechaba.
Le devolví la sonrisa sin darme cuenta y en mi nerviosismo le pedí en mi alemán con fuerte acento extranjero que me repitiera la pregunta. Entonces ella insistió, Viene de Hawai? Justo cuando ya iba por mi tercera sonrisa y a la mitad de mi respuesta, llegó Marquitos triunfante con dos cepillos en la mano. Debido a su curiosidad se quiso colar en la conversación, pero el mismo asombro que yo sentí al comprobar que era nuestra queridísima "Mujer del Trabbi", le impidió articular palabra.
Le dije entonces que venía del Perú y que él era mi esposo. Que teníamos sólo un par de meses casados. Me preguntó si él era alemán, y fue entonces que recién Marquitos pudo romper su silencio y respondió por sí sólo. Ella no paraba de sonreir y observarme. Luego volvió la mirada hacia él y le dijo que yo le parecía muy bonita. Que le gustaba mucho el color de mi piel, mis ojos oscuros y mi pelo largo. Que debido a esa tan simpática exótica mezcla, pensó que yo provenía de alguna remota soleada isla como Hawai.
Luego río por su ocurrencia y habló sin parar. Dijo entre otras cosas muy hermosas, que nos veíamos "lebensfreundlich", es decir, llenos de vida; radiantes, coloridos. Que formábamos una muy linda pareja y que de seguro nuestros hijos serían el resultado de una mezcla exquisita.
Continúo llenándonos de halagos y buenos deseos mientras le cedíamos nuestro lugar en la fila. Al llegar ambos al estacionamiento me despedí con un abrazo largo y un beso, una total impertinencia cuando se trata de lidiar con un alemán y aún peor casi desconocido, pero mi emoción no pudo contener las ganas de estrecharla cariñosamente.
Marquitos que es de lo más sensible a veces, tenía un par de tímidas lagrimitas rodándole por el rostro, así que nos detuvimos con las llaves del auto en la mano y nuestras compras en el suelo, para abrazarnos. 
Nos sentimos indescriptiblemente especiales esa noche, tan el uno para el otro, tan hechos a la medida.
Puede que mi historia les suene trivial y hasta infantil, pero para mí fue algo así como un maravilloso sin sentido, una de esas señales misteriosas que te mueven el piso y te entibian el alma por un ratito.