viernes, 21 de enero de 2011

Día de Enero

Cuando era chiquita y hacía dibujos en cualquier hoja en blanco, dibujaba las casas todas con techo a dos aguas, tejas rojas, chimenea y cortinas de bobos.
Cuando era chiquita también, mi papá me repetía que yo iba a viajar por el mundo.
Siempre me llamaron la atención las diéresis, me enamoré de ellas desde la primera vez que leí un libro de Charlotte Brontë.
Mi nombre les sonaba a algunos raro, generalmente al tercer intento daban por fin con él.
Lloré a mares a los doce cuando mis ojos leían el Diario de Ana Frank y me preguntaba a mí misma como es que en el mundo puede existir gente tan malvada y cruel como los alemanes.
Por ese entonces los odié.
Luego crecí y comprendí que no había porque sentir aquello, ni tampoco había que hacer pagar a justos por pecadores.
La primera casa en la que viví al llegar a Alemania, tenía alrededor de 300 años de antigüedad. Efectivamente el techo diseñado para protegerlos de la lluvia era de dos aguas, contaba además con tejas que en su momento fueron de un rojo intenso, y unas cortinitas graciosas y blancas en las ventanas. Todo excepto la chimenea de mis delirios de niña.
Aún no he viajado por el mundo, pero planeo hacerlo. Por lo pronto he conocido dos de los lugares que siempre quise visitar, Venecia y Atenas.
La chimenea soñada formará parte de la que con mucho esfuerzo estoy segura en unos años será mi propia casa, y las diéresis que antes me traían loca, las leo a diario y como si fuera poco además ahora las pronuncio sin cesar.
Pronto habré de cumplir años, y nada me hace por ahora más ilusión que esperar el 31 con ansias.
Adoro mis cumpleaños, siempre y cada uno de ellos desde que mi razón me lo permite.
Ese día no sólo celebro agradecida haber girado 365 días alrededor del sol más sabia y bendecida, sino que además festejo a mi mami que con infinito amor me cobijó durante nueve meses en su ser, a mi papá que repetía y aún repite firmemente que soy especial y me vaticina maravillas, a mis hermanas que me hacen sentir orgullosa, me envían sus angelitos en misiones especiales y como si fuera poco, me han convertido además en la tía-madrina más querida.
Celebro a mis buenos amigos, los viejos y nuevos, que ese día me habrán de pensar un ratito y me enviarán sonrientes todos sus mejores deseos.
Y celebro también al que me ha de levantar con el rostro iluminado y que sin saberlo, será para siempre el mejor de los regalos.
Cómo no he de adorar entonces mis cumples?
Si no son más que una proclama a viva voz, un letrero luminoso, un aviso en luces de neón que me recuerdan toda la fortuna que la vida bondadosamente me ha cedido.

Éste y cada nuevo 31... Yo celebro!



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