miércoles, 19 de enero de 2011

La silla vacía

Aquella tarde tuve clase de francés por primera vez.
Para variar y como producto de muchas vanas distracciones, mi reloj me jalaba la oreja y recordaba que faltaban escasos minutos para empezar.
Ya en la escalera de la escuela presentí que había que acelerar un poco el paso, fue entonces que una presencia inesperada me adelantó en un instante de descuido y luego se perdió en el siguiente piso.
A pesar de lo fugaz del encuentro, el breve roce de su hombro con el mío, fueron suficientes para que mis ojos memorizaran rápidamente su apariencia.
Vestía de traje y llevaba un maletín negro en la mano.
Es un profesor en los mismos aprietos que yo, deduje. Y me consoló la idea de no ser la única despistada en ese edificio, enemistada con el tiempo.
Sólo volteó levemente la cara y alcanzó a pronunciar un "lo siento", esas fueron sus dos únicas palabras.
Mi timidez no atinó a responderle y lamentó haber obviado siquiera regalarle una sonrisa.
De lo pura pensativa, disminuí el ritmo de mis pasos hasta que el número 103 colgado en la puerta me gritaba, es aquí, llegamos!
Efectivamente, había por fin llegado.
Toqué la puerta con vergüenza y deslicé un "buenas noches" casi susurrando.
Mis ojos buscaron con urgencia en aquél pequeño salón un lugar para sentarme, en medio de mi desesperanza divisé una única silla libre, una silla salvadora que me acogía y me invitaba a dejar continuar a la profesora con su clase.
Sin embargo esa única silla tenía puesto un maletín, levanté la vista para dar con el dueño y cual grande fue mi sorpresa al encontrar nuevamente al desconocido de la escalera.
Tiempo después, aquél personaje de traje me confesó que al encontrarse casualmente conmigo, asumió que se me había hecho igual de tarde y que además iba también a clase de francés, y como los segundos que duraron nuestro pequeño encuentro le bastaron para impresionarlo mucho, astutamente colocó su maletín  en la única silla que estoy segura, el destino había reservado para mí junto a él.
Y fue esa noche inolvidable con toque afrancesado, la que me obsequió la oportunidad de sentarme por primera vez, junto al que ahora llamo amor de mi vida. Y con el cual celebraré pronto nuestro primer aniversario de bodas.
La vida es maravillosa.
Nos regala idiomas nuevos por aprender, encuentros casuales en la escalera, salones de clase casi llenos... y siempre una silla vacía junto a nosotros, reservada para compartir.



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