Después del lonchecito en casa de Gabi, Marquitos y yo nos fuimos apurados a "Kaufland" (nuestro supermercado preferido), para hacer las compras de la semana. Pero esta vez nos fuimos al Kaufland más especial de todos, uno que queda en Meerane, relativamente cerca del que fue nuestro primer departamento juntos.
Eran casi las diez de la noche del día Sábado, ya estaban por cerrar la tienda y para variar nosotros éramos de los últimos. Al pasar con nuestro carrito por la sección de suplementos de cocina, noté que una mujer me miraba fijamente, sin pizca de sutileza. Me sentí un poco incómoda pero traté de obviar el asunto y volví a la búsqueda de mis tallarines.
Cuando el guardia de seguridad se nos acercó lentamente, entendimos que era hora de dirigirnos por fin a la caja, cosa que hicimos diligentemente.
Justo en la cola recordé que teníamos que cambiar nuestros cepillos de dientes y Marquitos se ofreció a ir en su búsqueda. Mientras le daba las especificaciones sobre marca, color y tamaño, volví a sentir aquella mirada inquisidora.
Una vez sola, esa mirada penetrante me habló. Me dijo en su alemán perfectamente entendible si yo venía de Hawai? La pregunta me tomó por sorpresa y aún más mi interlocutora.
Una vez sola, esa mirada penetrante me habló. Me dijo en su alemán perfectamente entendible si yo venía de Hawai? La pregunta me tomó por sorpresa y aún más mi interlocutora.
Era ella. La mujer del Trabbi. Uno de los más populares de la Alemania comunista y de los pocos modelos de automóviles a los que los alemanes del este tenían acceso, su nombre significa "compañero viajero", pero popularmente se le llamaba Trabbi.
Era la misma mujer de trenzas largas y rubias, de aspecto descuidado y gorra azul. Siempre que comprábamos en ese supermercado, a eso de la 9 de la noche, encontrábamos su Trabbi estacionado y a ella haciendo compras sola.
Al poco tiempo le tomamos cariño a ese personaje para nosotros desconocido y bastante extravagante. Supongo que nos gustaba porque siempre coincidíamos entre los compradores de último minuto, y porque el verla apilar botellas y bolsas de comida en su diminuto carro, la hacían ver indefensa y le daban un aspecto caricaturesco. Solíamos imaginar su vida, el contenido de sus bolsas y el por qué de su religiosa rutina y sus compras nocturnas.
Esta vez para mi asombro, aquél personaje entrañable me hablaba, me sonreía y me trataba de usted como todo típico alemán, para sacarse el clavo supongo, de si es que yo realmente venía de Hawai como ella sospechaba.
Al poco tiempo le tomamos cariño a ese personaje para nosotros desconocido y bastante extravagante. Supongo que nos gustaba porque siempre coincidíamos entre los compradores de último minuto, y porque el verla apilar botellas y bolsas de comida en su diminuto carro, la hacían ver indefensa y le daban un aspecto caricaturesco. Solíamos imaginar su vida, el contenido de sus bolsas y el por qué de su religiosa rutina y sus compras nocturnas.
Esta vez para mi asombro, aquél personaje entrañable me hablaba, me sonreía y me trataba de usted como todo típico alemán, para sacarse el clavo supongo, de si es que yo realmente venía de Hawai como ella sospechaba.
Le devolví la sonrisa sin darme cuenta y en mi nerviosismo le pedí en mi alemán con fuerte acento extranjero que me repitiera la pregunta. Entonces ella insistió, Viene de Hawai? Justo cuando ya iba por mi tercera sonrisa y a la mitad de mi respuesta, llegó Marquitos triunfante con dos cepillos en la mano. Debido a su curiosidad se quiso colar en la conversación, pero el mismo asombro que yo sentí al comprobar que era nuestra queridísima "Mujer del Trabbi", le impidió articular palabra.
Le dije entonces que venía del Perú y que él era mi esposo. Que teníamos sólo un par de meses casados. Me preguntó si él era alemán, y fue entonces que recién Marquitos pudo romper su silencio y respondió por sí sólo. Ella no paraba de sonreir y observarme. Luego volvió la mirada hacia él y le dijo que yo le parecía muy bonita. Que le gustaba mucho el color de mi piel, mis ojos oscuros y mi pelo largo. Que debido a esa tan simpática exótica mezcla, pensó que yo provenía de alguna remota soleada isla como Hawai.
Luego río por su ocurrencia y habló sin parar. Dijo entre otras cosas muy hermosas, que nos veíamos "lebensfreundlich", es decir, llenos de vida; radiantes, coloridos. Que formábamos una muy linda pareja y que de seguro nuestros hijos serían el resultado de una mezcla exquisita.
Continúo llenándonos de halagos y buenos deseos mientras le cedíamos nuestro lugar en la fila. Al llegar ambos al estacionamiento me despedí con un abrazo largo y un beso, una total impertinencia cuando se trata de lidiar con un alemán y aún peor casi desconocido, pero mi emoción no pudo contener las ganas de estrecharla cariñosamente.
Marquitos que es de lo más sensible a veces, tenía un par de tímidas lagrimitas rodándole por el rostro, así que nos detuvimos con las llaves del auto en la mano y nuestras compras en el suelo, para abrazarnos.
Nos sentimos indescriptiblemente especiales esa noche, tan el uno para el otro, tan hechos a la medida.
Nos sentimos indescriptiblemente especiales esa noche, tan el uno para el otro, tan hechos a la medida.
Puede que mi historia les suene trivial y hasta infantil, pero para mí fue algo así como un maravilloso sin sentido, una de esas señales misteriosas que te mueven el piso y te entibian el alma por un ratito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario