Siempre me ha gustado la Navidad
casi tanto como mis cumpleaños, recuerdo alistándome de pequeña con la
ropa nueva escogida especialmente para la ocasión y esperando ansiosa al
resto de la familia. Me
recuerdo también viendo películas repetidas sentada en el mueble por la
noche, ayudando a pelar todo aquello que sea necesario en la cocina, o
simplemente jugando en el patio trasero con mis primos, contando las horas para
desenvolver los regalos y disfrutar de la abundante comida.
De
chicas mis hermanas y yo, solíamos hacer una lista en un papel
cuadriculado de cuaderno, resumiendo nuestras demandas puntuales y
sumamente detalladas en lo que a tamaño, color y forma se refieren.
Nunca
creímos en Papá Noel o cosa parecida, sabíamos perfectamente nuestros padres habrían de tomarse una tarde entera, para comprarnos aquello que
nosotras de antemano habíamos especificado en nuestra lista navideña.
Lo
emocionante del asunto, era aguardar llenas de incertidumbre si es que
realmente llegarían a adquirir para nosotras, aquello que con tanta
ilusión habíamos pedido y tratar de averiguar el escondite que habían
escogido ese año, para mantenerlos a salvo de nuestras manos curiosas.
La sola espera constituía para nosotras la peor de las torturas.
Durante
esa época del año mi hermana mayor se volvía la más solidaria de todas,
debido a que fue una de esas niñas raras a las que nunca le gustaron
los juguetes, a la hora de hacer nuestros respectivos pedidos, nos cedía
el suyo para poder adquirir así, el accesorio o el artículo necesario para
completar el ajuar o la colección con la que las demás soñábamos.
Recuerdo
con claridad a mi barbie hawaiana, rubia, bronceada y delgadísima. El
olor a nuevo del Chichobelo de mi hermanita recién salido del empaque y
los libros de cuentos con ilustraciones coloridas de mi hermana más
grande.
Lo único alusivo
en casa a la Navidad, era un árbol de plástico que terminó con el tiempo
deshojándose de viejo. Las luces alrededor se encendían cuando había
suerte y los adornos colgantes se fueron quebrando y entristeciendo en
una caja grande de cartón, que los mantenía más de trescientos días relegados al olvido.
Hoy mis padres y mis hermanas vivimos en ciudades distintas.
Hoy las listas de pedidos las hacen en cambio mis sobrinos.
Ahora me toca pedirle por teléfono la receta a mamá, del pato al horno que ella y mis tías preparaban cuando niña.
Mi última Navidad la pasé con nieve alrededor y un pino de verdad en la esquina preferida de mi sala.
Escuché
misa en otro idioma, puse la mesa para dos y serví por primera vez, la
cena Navideña que mis propias manos se aventuraron ese día a cocinar.
Desde que vivo lejos se me terminan siempre por aguar los ojos cuando llega Diciembre.
No
redacto más en una hoja de papel cualquiera, una lista de deseos
incumplidos. No me doy a la tarea de escribir con
esmerada caligrafía, todo aquello que ansío tercamente desenvolver a las
doce de la noche.
Desde
que vivo lejos, caí en la cuenta que todo aquello que más anhelo, no se
adquiere después de hacer largas colas en la caja de un centro comercial,
ni usando desmedidamente la tarjeta de crédito.
Lo que me hace más feliz, simplemente no se puede envolver ni comprar en una tienda.
Lo que me hace más feliz, simplemente no se puede envolver ni comprar en una tienda.
Mi lista se ha convertido ahora, con los años, la madurez y la distancia, en un largo inventario de regalos que poseo.
De razones y motivos.
De personas, de lugares, de recuerdos. De momentos felices compartidos.
Me he vuelto últimamente un poco más inteligente.
Ahora agradezco mucho más y pido todavía menos.
Cuando
es Navidad y estás lejos se extraña más de lo acostumbrado, es cierto;
pero siempre es bueno aprovechar la ocasión, para convertir la añoranza,
la nostalgia, la evocación; en agradecimiento.
Yo
particularmente doy gracias por un año que ya casi se va y que sólo me
hizo padecer una simple gripe, por el examen que fallé y me convenció de
no ser siempre invencible, por los kilos que subí y me enseñaron a ser
menos vanidosa. Por un cuñado trabajador que con su esfuerzo me acercó
más a mi hermana y mis sobrinos, por un esposo paciente que aguanta mis
arranques y minimiza mis defectos, por el tiempo que habré de compartir y
los lugares que habré de conocer con mi hermanita cuando esté de visita, por el sobrino nuevo
que está por nacer, por los halagos y el reconocimiento a mi esfuerzo
de mi jefa, por toda la gente nueva que conocí y por todos aquellos que
ya conocía e hicieron un cambio positivo en mi vida.
Por mi pasaje comprado con destino a una Navidad feliz.
Por mi familia, por mis viejos y nuevos amigos.
Por la buena salud y el bienestar de los que amo. Y por la buena salud y el bienestar de los que ellos aman a su vez.
Por ti que te tomas tu tiempo y me estás leyendo.
Porque como todos los años... Tengo una larga lista por hacer.
Porque como todos los años... Tengo una larga lista por hacer.