domingo, 4 de diciembre de 2011

Xmas List

Siempre me ha gustado la Navidad casi tanto como mis cumpleaños, recuerdo alistándome de pequeña con la ropa nueva escogida especialmente para la ocasión y esperando ansiosa al resto de la familia. Me recuerdo también viendo películas repetidas sentada en el mueble por la noche, ayudando a pelar todo aquello que sea necesario en la cocina, o simplemente jugando en el patio trasero con mis primos, contando las horas para desenvolver los regalos y disfrutar de la abundante comida.
De chicas mis hermanas y yo, solíamos hacer una lista en un papel cuadriculado de cuaderno, resumiendo nuestras demandas puntuales y sumamente detalladas en lo que a tamaño, color y forma se refieren.
Nunca creímos en Papá Noel o cosa parecida, sabíamos perfectamente nuestros padres habrían de tomarse una tarde entera, para comprarnos aquello que nosotras de antemano habíamos especificado en nuestra lista navideña.
Lo emocionante del asunto, era aguardar llenas de incertidumbre si es que realmente llegarían a adquirir para nosotras, aquello que con tanta ilusión habíamos pedido y tratar de averiguar el escondite que habían escogido ese año, para mantenerlos a salvo de nuestras manos curiosas. 
La sola espera constituía para nosotras la peor de las torturas.
Durante esa época del año mi hermana mayor se volvía la más solidaria de todas, debido a que fue una de esas niñas raras a las que nunca le gustaron los juguetes, a la hora de hacer nuestros respectivos pedidos, nos cedía el suyo para poder adquirir así, el accesorio o el artículo necesario para completar el ajuar o la colección con la que las demás soñábamos.
Recuerdo con claridad a mi barbie hawaiana, rubia, bronceada y delgadísima. El olor a nuevo del Chichobelo de mi hermanita recién salido del empaque y los libros de cuentos con ilustraciones coloridas de mi hermana más grande.
Lo único alusivo en casa a la Navidad, era un árbol de plástico que terminó con el tiempo deshojándose de viejo. Las luces alrededor se encendían cuando había suerte y los adornos colgantes se fueron quebrando y entristeciendo en una caja grande de cartón, que los mantenía más de trescientos días relegados al olvido.
Hoy mis padres y mis hermanas vivimos en ciudades distintas.
Hoy las listas de pedidos las hacen en cambio mis sobrinos. 
Ahora me toca pedirle por teléfono la receta a mamá, del pato al horno que ella y mis tías preparaban cuando niña.
Mi última Navidad la pasé con nieve alrededor y un pino de verdad en la esquina preferida de mi sala.
Escuché misa en otro idioma, puse la mesa para dos y serví por primera vez, la cena Navideña que mis propias manos se aventuraron ese día a cocinar.
Desde que vivo lejos se me terminan siempre por aguar los ojos cuando llega Diciembre.
No redacto más en una hoja de papel cualquiera, una lista de deseos incumplidos. No me doy a la tarea de escribir con esmerada caligrafía, todo aquello que ansío tercamente desenvolver a las doce de la noche.
Desde que vivo lejos, caí en la cuenta que todo aquello que más anhelo, no se adquiere después de hacer largas colas en la caja de un centro comercial, ni usando desmedidamente la tarjeta de crédito.
Lo que me hace más feliz, simplemente no se puede envolver ni comprar en una tienda.
Mi lista se ha convertido ahora, con los años, la madurez y la distancia, en un largo inventario de regalos que poseo.
De razones y motivos.
De personas, de lugares, de recuerdos. De momentos felices compartidos.
Me he vuelto últimamente un poco más inteligente.
Ahora agradezco mucho más y pido todavía menos.
Cuando es Navidad y estás lejos se extraña más de lo acostumbrado, es cierto; pero siempre es bueno aprovechar la ocasión, para convertir la añoranza, la nostalgia, la evocación; en  agradecimiento.
Yo particularmente doy gracias por un año que ya casi se va y que sólo me hizo padecer una simple gripe, por el examen que fallé y me convenció de no ser siempre invencible, por los kilos que subí y me enseñaron a ser menos vanidosa. Por un cuñado trabajador que con su esfuerzo me acercó más a mi hermana y mis sobrinos, por un esposo paciente que aguanta mis arranques y minimiza mis defectos, por el tiempo que habré de compartir y los lugares que habré de conocer con mi hermanita cuando esté de visita, por el sobrino nuevo que está por nacer, por los halagos y el reconocimiento a mi esfuerzo de mi jefa, por toda la gente nueva que conocí y por todos aquellos que ya conocía e hicieron un cambio positivo en mi vida.
Por mi pasaje comprado con destino a una Navidad feliz.
Por mi familia, por mis viejos y nuevos amigos. 
Por la buena salud y el bienestar de los que amo. Y por la buena salud y el bienestar de los que ellos aman a su vez.
Por ti que te tomas tu tiempo y me estás leyendo.
Porque como todos los años... Tengo una larga lista por hacer.

martes, 29 de noviembre de 2011

Algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul.

Hoy sentada camino a casa después de una extenuante tarde de compras y una repentina visita al dentista, me quedé extasiada por las luces de colores y la escarcha dorada repartida distraídamente por las calles, por los escaparates de las tiendas y los edificios grandes.
Así andaba paseando este par de ojos oscuros que poseo tras de la ventana, cuando mi vista se distrajo y dicidió marcharse un par de asientos adelante.
Allí estaban.
En silencio, hablándose literalmente sin hablar, dibujando palabras en el aire con las manos.
Supongo que tenían la misma edad que suelen tener todos los abuelos. Llevaban el cabello pintado de canas y unas líneas pronunciadas en el rostro que parecían querer contarnos al detalle, las veces que sonrieron y fueron descaradamente felices.
Se miraban uno al otro tras los lentes.
Quise profundamente en ese instante poseer un diccionario capaz de descifrar sus movimientos veloces y las letras que dejaban escapar sus dedos y sus gestos aprendidos.
Hice números e imaginé cuánto tiempo es que llevaban juntos tomando el tranvía, haciendo las compras y contándose historias con palabras invisibles e imaginarias que terminaban perdiéndose en el viento.
Después de breves silencios, se miraban fijamente a los ojos y se tomaban de las manos.
Esas mismas que hacían las veces de sus labios y que apretaban fuertemente para sentir el calor que en estos meses de invierno se echa tanto de menos.
Los contemplé ensimismada todo el tiempo. Percibí en su modo de mirarse, de sonreir, de asentar la cabeza; días, semanas e inacabables meses de amor y compañía.
Hasta que de pronto fui interrumpida por otra pareja que calculé llevaban la misma edad y el mismo pelo cano. Hablaban de una reciente reunión a la que habían asistido y de la comida que en ésta sirvieron.
Expresaron vívamente cada uno su punto de vista y ambos dictaminaron fulminantemente que el puré había estado demasiado frío. 
Se la pasaron intercambiando pareceres los siguientes minutos de nuestro corto recorrido, comentando el artículo en el periódico de ésta mañana, del clima impredecible durante esta época de año, de la calefacción malograda en casa; del cuadro que uno de sus hijos buenamente les había regalado, pero que por cuestiones de la indecisión y el destino, hasta ahora no le habían encontrado el lugar adecuado.
Vinieron a mí entonces, casi espontáneamente, los días, las semanas y los meses que hasta hora se han venido conviertiendo en años a su lado.
Me enterneció de repente la sola imaginación de envejecer así.
Enamorada y feliz.
De convertir lo cotidiano, lo absurdo, lo poco interesante, lo vanal, lo innecesario en vital. En una rutina capaz de darle un sentido profundo a mis días.
De conocerme sus respuestas antes de ser pronunciadas, de coincidir cada vez que sea necesario y siempre que nos sirvan en la cena el puré casi congelado.
De llegar algún buen día a prescindir de las palabras pronunciadas por los labios, para ser en cambio, dichas con la voz del corazón.
De seguro, el día que aquellos personajes con los que compartí brevemente mi viaje, se dieron el sí, nunca imaginaron llevar, crear y reinventar lo esencial, permanentemente cada uno de los días de sus vidas.
No se imaginaron darse para siempre a la tarea ardua y constante de crear cada mañana un motivo nuevo para seguir felices juntos, de recordar con nostalgia y cariño los viejos motivos que alguna vez los unieron, tomarlos prestado del otro cada vez que haga falta y colorearlos del cielo despejado que tiñe de azul intenso, un noviazgo que empezó un buen día hace mucho y que continúa hasta ahora reflejado en cada surco que atraviesa su rostro, atesora el corazón y se construye diariamente con las manos.


domingo, 9 de octubre de 2011

Un día de lo más bonito

Hoy es un día bonito, hoy hace muchos años atrás, cantidad que no puedo revelar, nació mamá.
Nació pecosa, con nariz respingada y ojitos marrones claros.
Nació linda, la primera de varios hermanos; destinada a traer al mundo tres retoños que heredarían su habilidad para los idiomas, sus buenas maneras y su aire refinado.
Comenzó a trabajar aún muy joven, fue a la universidad con un solo vestido heredado de su tía, al cual hubo que hacer reformas para que le entallara a su antojo y un par de zapatos negros, únicos también.
Además de haber sido una estudiante aplicada, mamá fue siempre una hija agradecida, una buenísima hermana y una tía sobreprotectora.
Con el tiempo se convirtió en una abuela de apariencia estricta pero de corazón blando y consentidor.
Mamá solía levantarse todos los días muy temprano y volvía a casa por la noche del trabajo, postergó los lujos o sus gustos propios para legarle a sus hijas la mejor educación, los libros más caros, y la ropa bonita que ella misma nunco pudo usar de chiquita.
Nunca se quejó por no tener respiro alguno en medio de su rutina apretada, nunca desistió en su meta de hacer de nosotras unas mujeres de bien.
No es de aquellas madres que regalan besos y abrazos por doquier, sin embargo ninguna de nosotras ha puesto en duda jamás, su amor infinito. Ella acostumbraba en cambio trabajar sin parar y de corrido, volvía tarde a casa y al encontrarnos ya acostadas, nos repartía besos de buenas noches para asegurarnos dulces sueños.
De pequeña recuerdo haberle hecho siempre prometer que nunca jamás moriría, la sola idea de su ausencia me embargaba de angustia, la perseguía por toda la casa hasta que al fin cansada de mi acoso, me prometía que nunca se apartaría de mí.
Hoy sin embargo estamos lejos, hoy no puedo cantarle alrededor de una torta, hoy le debo de nuevo el abrazo, hoy no veré su rostro contento al abrir su regalo.
Hoy procuro ser gracias a ella y su ejemplo, una buena hija, una tía preocupada, una hermana dispuesta y algún día una madre tan maravillosa.
Hoy la celebro agradecida; por su legado valioso, por su corazón noble, por su esfuerzo denodado, por sus días sin descanso. 
Hoy agradezco las veces que me acogía en su cama cuando las pesadillas invadían mis sueños, cuando muy temprano nos llevaba a todas el jugo a la cama, cuando preparaba mi comida favorita en mis cumpleaños.
Hoy aún no dejo de maravillarme cuando me agripo y llama a mi casa preocupada, cuando se acuerda de saludarme porque mi esposo y yo cumplimos algún aniversario, cuando me consiente desde lejos y me envía en un paquete lo que más extraño, o cuando simplemente me tranquiliza por teléfono y me recuerda que todo, aunque a veces tarde, siempre estará bien.   
Hoy es un día de lo más bonito, hoy salió el sol que durante toda la semana se había escondido; hoy soy muy feliz por tenerte, por ser una filial de tu corazón en otro continente, porque me cediste en tu vientre lo más lindo, porque hoy se cumple un año más de poder llamarte mamá.


martes, 4 de octubre de 2011

Las Mujeres de mi vida

Fueron y son muchos los rostros femeninos que llegaron a mi vida para transformarla; unos se detuvieron sólo un momento, otros no veo más a diario como de costumbre, algunos se me perdieron en el camino; pero a todos y cada uno de ellos admiro.
Conservo intactos en la memoria de mis buenos recuerdos.
Los llevo en cada instante que eligo hacer el bien, cuando acierto, cuando me equivoco y me levanto.
Los encuentro de cerca o de lejos cuando pido ayuda, hasta cuando ni siquiera pronuncio palabra en voz alta, ellos retornan a mí.
Sus voces sabias me acompañan, su belleza me deleita y su cariño me hace bien.
Han hecho de mí sin saberlo la persona que soy, lo mejor de mí simplemente se los debo.
Son todos seres luminosos que por abuso de modestia ocultan sus alas, convierten lo espontáneo en duradero, son dueñas de mis gustos y secretos, poseedoras de abrazos capaces de convertir el llanto en consuelo.
Habitan mi mundo por casualidad, destino, disposición divina o decisión propia.
Permiten bondadosamente que tome lo mejor que sus nobles corazones me pueden ofrecer.
Pululan en mi reino como hadas coloridas, me envuelven en un lazo su tiempo, su paciencia y su dedicación.
Llegaron a mí en forma de amigas, compañeras de clases, colegas del trabajo, tías, hermanas, mamás, abuelitas y primas.
Algunas me aman porque compartimos el rojo de nuestra misma sangre y otras en cambio se hicieron mi familia adoptiva.
En ocasiones me hablan en un idioma distinto al mío, otras veces les basta mirarme para decirlo todo. Saben perfectamente cuando las palabras están demás y toman mis manos para volverlas tibias.
Quizás nuestras largas conversaciones se hayan vuelto más bien esporádicas, puede que el tiempo nos haya alejado en kilómetros, que nuestros encuentros sean solamente telefónicos, o nuestra rutina y nuestras prioridades hayan cambiado.
Sin embargo, con hijos o sin ellos, con hogar que mantener o esposo a cuestas, con novio o sin él; con el tiempo contado, con la lejanía de por medio, con el vacío que queda tras la ausencia, con el pasar de los años, con los saludos de cumpleaños atrasados; con los regalos pendientes, con el mail no enviado, con la llamada en espera; con el stress del trabajo, con el encuentro postergado, con la llegada que no llega...
Hay cariños que el tiempo no envejece, que la distancia no aparta, que los años no oxidan.
Hay legados que nuestro cuerpo sencillamente se niega a dejar escapar, hay recuerdos que causan siempre las mismas sonrisas, hay palabras que se quedan grabadas, hay presencias lejanas que uno lleva siempre consigo.
Hay rostros femeninos que te dan y dedican la vida, como mamá; que te hacen trenzas de pequeña, te consienten y leen cuentos como mis tías. Hay rostros que te preparan té y se enorgullecen hasta de tus logros más pequeños, como lo hace mi abuelita. Hay rostros que te conocen desde siempre y crecieron contigo como mis hermanas. Hay rostros que jugaron tus juegos de niña como mis primas. Hay rostros que conociste sentados en una carpeta, como mis mejores amigas. Hay rostros que encuentras estando lejos y con ellos te sientes de nuevo en casa, como con mis nuevas amigas. 
Hay rostros que aún están por llegar y amarás más que a nada en el mundo, como será el de mi hija.
Hay rostros y mujeres, que sin querer, le transforman a uno simplemente la vida.

domingo, 2 de octubre de 2011

Historia amarilla

Todo empezó con una optimista profecía: "Vivirás lejos, viajarás por el mundo, encontrarás al hombre de tus sueños y serás muy feliz."
Estoy segura que aquellas líneas las escribí de corrido en algún cuaderno cuadriculado del cual he perdido ya el recuerdo; para perennizar su contenido, que aunque escéptica, decidí aquél día guardar para mí.
Dicen que uno elige su propio destino, o al menos lo construye a su antojo.
En mi caso se fueron dando las situaciones inadecuadas una a otra. Tan sucesivamente, que sin darme cuenta cual reflejo, convertí en aciertos y en su momento ignoré.
Quién iba a poder creerse tal cuento, quién no sería capaz de dudar de aquella premonición rosa proveniente de una total desconocida.
Supuse que su arte adivinatorio consistía más bien en consolar corazones inocentes y ávidos de buenos augurios.
Por aquél entonces andaba entercada en un amor imposible y no tenía el más remoto interés de cruzar océanos ni abordar aviones con algún destino feliz.
Al final de su sesión me repitió cautelosa dos cosas.
Hasta los detalles más pequeños y absurdos, como el color de su pelo, un trámite engorroso o una mancha en el mapa; me fueron confiados por esa adivinadora de pocas alhajas y cabello teñido.
Cuando andaba según yo increíblemente viviendo una historia con anterioridad ya contada, me preguntaba cómo es que el color del cabello no coincidía y cómo es que no era verdaderamente feliz.
Luego recordé conforme se fueron desencadenando las cosas aquella cláusula de mi supuesto cuento de hadas.
"Habrá un antes y un después para ti, tu felicidad llegará tras un suceso importante que dividirá en dos partes tu vida."
Efectivamente, después de una separación dolorosa, llegó el rubiecito prometido, ansiado y de ensueños.
Y es así que ahora cuento mis días, como en el cristianismo, antes y después de su llegada a mi vida.
Es gracioso sin embargo continuar tan escéptica como al comienzo; supongo en realidad que yo soy la casualidad más impensable para aquella charlatana que hasta ahora ignora su acierto, que su guión aprendido y preferido por todos los curiosos que la buscan sedientos de visiones maravillosas, haya inexplicablemente coincidido conmigo.
Que aquello que sus cartas amarillentas del uso alguna vez le dictaron dizque al oído; relataban al milímetro, con puntos señales y comas, una historia de la vida real, tan auténtica como los billetes que se llevaba al bolsillo y revisaba cautelosa al término de cada sesión.
Una historia que no es rosa como algunos quisieran, sino en ocasiones amarilla como mis flores preferidas.
Que posee matices, tonos claros y oscuros. 
Una vida que nunca se creyó el cuento meticulosamente creado para ser vendido a ingenuos por montones, pero que le agradó la idea aquella de ser inmensamente feliz, y decidió hacerla simplemente suya para siempre.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Pescados de regalo

En mi última clase de sicología, la profesora nos contó una historia sobre un experimento millonario que realizaban unos científicos sobresalientes con delfines, a los cuales alimentaban con pescados como premio sólo cuando éstos reaccionaban de la manera esperada. Sin embargo una tarde cualquiera, uno de los expertos científicos y cabeza del grupo, encontró a uno de los cuidadores jugando con los delfines y para su terrible sorpresa, además alimentándolos con los pescados que habían sido estrictamente destinados como premio.
Indignado el científico se acerca al cuidador y le reclama su actitud, aduciendo que su irresponsabilidad le costaría el éxito del proyecto y muchos miles de dólares en pérdidas.
El cuidador con suma tranquilidad respondió que lo hacía para consentirlos, por el simple hecho de ser animales tan amistosos, dulces y juguetones, que le inspiraban ternura.
En repetidas ocasiones, sin darnos siquiera cuenta, nosotros hacemos en nuestra vida diaria las veces de estrictos científicos, jefes de proyectos trascendentales e importantísimos, no nos damos por satisfechos con pequeñeces, por el contrario sólo premiamos o aún peor, valoramos actos presuntuosos, genialidades o grandezas. 
Es decir que adoptamos el papel de jueces crueles que difícilmente se dejan deslumbrar. No nos damos por complacidos con gestos triviales, rutinarios, diminutos, pero que en sí, transparentes a nuestros ojos inquisidores, esconden un gran mérito y una gran belleza.
Te has preguntado cuántos peces regalas a diario en tu vida?
Cuántas veces te deleitas con aquello que parece ser intrascendente o de poca importancia?
Con cuánta frecuencia premias a aquellos que con la mayor naturalidad y simpleza nos hacen sencillamente felices.
Una vez mucho tiempo atrás, estando en la universidad, llegó minutos tarde a clases una buena amiga; la cual sorprendió a todos no sólo por su repentina impuntualidad, sino porque aquél día llevaba una vincha gruesa color oscuro en el pelo.
Se veía linda, más de lo acostumbrado.
Mientras ella ya se había instalado perfectamente en su asiento y el profesor continuaba dictando su clase, yo seguía con la mente ocupada pensando en mi amiga y cómo un simple accesorio puede acentuarle a uno tanto la belleza.
De pronto mis pensamientos se vieron interrumpidos y me encontraba esta vez, diciéndome a mí misma: "Diablos! Estoy segura que en este salón todos pensamos igual, pero la pobre no se ha dado aún por enterada."
Acto seguido, le escribí una notita en un trozo de papel cuadriculado que había arrancado de mi cuaderno, dónde le decía lo bonita que había quedado hoy con su nueva vincha.
Ella volteó y me sonrió algo sonrojada desde su sitio.
Fue un día feliz para ella.
Y yo me sentí automáticamente feliz también al verla sonriente, coqueta y segurísima de sí misma aquél día.
Aquella notita fue mi pescado de premio para ella, por el sólo hecho de estar muy linda y ser mi buena amiga.
Al término del día no acaba de entender por qué nadie se atrevió o tomó un par de segundos de su tiempo para decírselo, a pesar de que los ojos de todo el salón compartían la misma opinión que los míos.
Debe ser porque lamentablemente a los seres humanos nos cuesta decir las cosas bonitas porque tememos caer en la cursilería, o quizás porque el parecer sensibles nos hace vulnerables y en ocasiones la vulnerabilidad nos expone más fácilmente al dolor.
Sin embargo deberíamos siempre tomar en cuenta que nuestra inseguridad, nuestro leve temor a ser malinterpretados, nuestro descuido, nuestras postergaciones, nuestras suposiciones, o el simple hecho de pasar las cosas buenas por alto en vez de transmitirlas, nos arrebatan la oportunidad de generar una sonrisa, de cambiarle el día por completo a alguien, de mejorar un mal rato, de cerrar alguna herida, de consolar alguna pena escondida.
No te niegues a ti mismo la oportunidad de ser y hacer feliz.
Premia a aquellos que te explicaron con paciencia algo que no entendiste bien en clases, al que te llevó café caliente a la oficina, al que se compró algo rico y lo compartió contigo, al que te desea siempre buenos días al comprar el pan, al que te abrió la puerta gentilmente porque llevabas paquetes en los brazos, o a la que te pasó la receta porque distraídamente alguna vez tiempo atrás se lo pediste. 
Reparte generosamente tus pescados.
Sé agradecido.


jueves, 15 de septiembre de 2011

Así siempre así...

Cuando despierto en puntitas por la mañana para no levantarte...
Cuando te dejo una nota escondida y escribo en ella dos líneas sinceras...
Cuando te aguardo impaciente con los brazos abiertos...
Cuando en la cama abro los ojos, te miro y sonrío...
Cuando a mitad de la noche te arropo y no te das cuenta...
Cuando te cedo la mejor mitad de todas las cosas...
Cuando de compras escogo siempre lo que más te gusta...
Cuando acomodo la corbata y el cuello de tu camisa al despedirnos...
Cuando me sé de memoria tus gustos, tu talla y tu color preferido...
Cuando escucho atenta tus historias ya repetidas...
Cuando río de tus chistes viejos y tus bromas conocidas...
Cuando preparo té porque estás enfermo...
Cuando te alcanzo alguna cosa porque te da simplemente pereza...
Cuando te animo si tienes dudas o si sientes miedo...
Cuando te recuerdo e insisto que para mí eres perfecto...
Cuando llueve en la acera e inclino el paraguas hacia tu lado...
Cuando pierdo a propósito alguna que otra partida...
Cuando mis días duran 25 horas porque necesitas más tiempo...
Cuando celebro orgullosa tus logros pequeños...
Cuando mis razones abundan y las formas se tornan cotidianas...
Cuando no invierto dinero, sino más bien ganas y esfuerzo...
Cuando mi dedicación pasa desapercibida y se vuelve de lo más natural para ti...
Cuando cada uno de mis actos en silencio hablan del afecto que siento...
Cuando cada minuto de mi vida va sin pensarlo volando hacia ti...
Así, siempre así, sin lazos grandes o papeles vistosos, sin discursos largos o frases hechas, sin bajarte la luna o dejar el cielo sin estrellas, sin promesas imposibles o viajes al espacio ida y vuelta, sin bombos ni platillos, sin hadas ni castillos... Así siempre así, es como a diario yo intento hacerte feliz.



lunes, 1 de agosto de 2011

Un día en la casa de atrás

De mis recientes vacaciones en Amsterdam nunca podré olvidar aquella mañana esperando en la cola entusiasmada por pasar al fin el umbral. 
La primera vez que supe de ella fue a través de sus propias palabras, palabras que además leía ensimismada echada en mi cama, en el cuarto que compartía en ese entonces junto a mis hermanas. Por momentos me sentía su confidente, su amiga del colegio, ya que a esa edad ambas podríamos perfectamente haber ido a la misma escuela y en otras ocasiones me sentía culpable por irrumpir tan frescamente en su privacidad y leer con tanto interés cada hoja de su diario.
No creo haber derramado tantas lágrimas como con aquellas páginas que llegaron a mí un buen día que usé el recreo para visitar la biblioteca de la escuela.
A mi corta edad entendía muy poco aquellas circunstancias inefables, no me cabía en la cabeza tanto odio gratuito e inexplicable.
Se me quedó grabado para siempre su conmovedor relato y mi curiosidad me llevó con el tiempo y la madurez a desenvolver la madeja de la historia y escabullir entre los demás libros y las páginas web.
Tiempo después, 15 para ser exactos, el destino y sus vericuetos me trajeron a Europa e hicieron posible que Marquitos y yo nos tomáramos unas merecidas vacaciones que incluían los Países Bajos y Bélgica.
Fue así que llegué hasta ella. O al menos al lugar donde aún se puede sentir su presencia y oir claramente sus risas contenidas y sus sigilosos pasos.
Recorrí cada piso con extrema prudencia, caminé lentamente entre esas cuatro paredes que albergaron mucho tiempo atrás su alma infantil, toqué cada muro como si a través de mis palmas se pudiera colar más claramente su historia.
Estaba allí, en el escenario exacto y real donde sus días siempre oscuros procuraban hacer su presencia invisible.
Desde donde su alma de niña y su mente traviesa se confesaban a diario en un par de hojas, que sin saberlo, llegarían a manos de millones en el mundo para enternecernos, deslumbrarnos y estrujarnos el corazón a cada ratito.
Vi los posters, los dibujos y las fotos colgadas en las paredes de su diminuto cuarto, y mi mente pensó que al fin de cuentas, el alma de un niño será siempre la de un niño, que la inocencia los hace ignorantes del dolor que huelen de cerca, pero que su corazón noble aisla del horror.
Fue difícil aún más después de leerla, entender a los adultos, al mundo entero que se llena de complicaciones ilógicas, que categoriza absurdamente, que nos separa y nos distinge los unos de los otros como si al final no estuviéramos todos hechos de carne y hueso.
Aún le sigue costando a la humanidad guerras absurdas y con ello vidas inocentes, los malos entendidos y diferencias que la poca tolerancia, la falta de sentido común y el orgullo tonto no les permite resolver. 
Aún vivimos muchos ensimismados en nuestras guerras personales, viviendo en nuestra burbuja privada en un estado de emergencia constante y todo porque no nos atrevemos a cambiar el curso de nuestra propia historia para bien.
Entonces cómo pretender que el mundo entero evolucione y mejore, si la incapacidad de cambio radica en cada uno de nosotros mismos.
Toda revolución comienza en el intricado fondo de nuestro corazón.
Al cabo de mi inolvidable recorrido, mis ojos delizaron suavemente en gotas redondas, toda la pena y el dolor acumulado que con certeza todos sentimos por aquellos que han sufrido, por las víctimas de la incomprensión y la indiferencia, por la terquedad y resistencia al cambio de los que están equivocados, por la ganas incontenibles de poder, por la ceguera del odio, por la estrechez del corazón.
Este es mi muy humilde tributo para ti Ana, que fuiste tan niña como yo y tuviste sin embargo que cambiar las muñecas por la incomprensible frialdad y hasta maldad de muchos, para ti que le heredaste al mundo tus inquietudes y penas hondas en papel y tinta líquida.
A ti que un buen día me cediste tu diario sin problemas, me narraste al detalle tu historia y me abriste las puertas de tu casa sin rencores.

 
http://www.annefrank.org/en/Subsites/Home/Enter-the-3D-house/#/house/20/

Dicen que el racismo se cura viajando...


Sportfreunde Stiller - Antinazibund 

miércoles, 27 de julio de 2011

Somos libres, seámoslo siempre!

Qué es la Libertad? Cómo la defines?
Fueron quizás las ansias contenidas que llevaron muchos años atrás a nuestra gente sometida a rebelarse, para poder así conocer y experimentar esa palabra a plenitud.
Fueron quizás, aquellos que nos preceden en el árbol genealógico, mucho pero mucho tiempo atrás, quienes quisieron legarle a sus hijos, a los hijos de éstos y así sucesivamente, una tierra digna donde habitaran todas las razas y todos los credos, donde los pensamientos distintos pasearan libremente y sus gentes mostraran respeto entre sí.
Un día inolvidable cayeron los peruanos en la cuenta que su espíritu era mucho más fuerte que cualquier cadena, que el color de su piel no los hacía menos sino más bien especiales, que el suelo que a diario pisaban les pertenecía.
En el día de nuestra independencia nos despojamos de todo rencor y perdonamos a quienes alguna vez nos sometieron y nos hicieron daño, celebramos en una fiesta pintada de dos colores que hemos crecido, que somos con el tiempo mejores en alma y espíritu. 
Festejamos aquello que de pequeños leímos en los libros, apreciamos la soberanía que a diario nos pertenece y que inconscientemente ignoramos.
Un día como hoy nos detenemos un ratito y valoramos la libertad con la que nacimos, pero que significó la lucha, el sudor y la sangre de otros muchos. 
Hoy las actuaciones en las escuelas pretenden resumir tiernamente la historia vistiendo a los niños de héroes, hoy los techos flamean banderas que ondulan en el cielo orgullosas.
Hoy nos deshacemos de todo complejo, hoy el tiempo nos da la razón y mira encantado como esta tierra ha crecido, como sus hijos se hacen grandes también y como su esfuerzo construye de a pocos un país más noble y todavía más digno.
Hoy que pienso en ti Perú me embarga la nostalgia, tú me viste nacer, doraste mi piel con el color de tu sol y enredaste mi pelo con el aire fresco de tus montañas. Me heredaste el salero, tu buen humor y la mixtura perfecta que esconde tu historia y todas las gentes que cobijaron tus alas.
Hoy que no habito tus plazas, que no camino tus calles ni respiro tu aire tibio con sabor a maracuyá y tamarindo; te extraño.
Te ansío.
Te busco pero te hallo lejos. Me llega distante tu eco, tu música alegre que mueve mis pies y hace vibrar mi garganta.
Hoy te añoro patria.
Esa patria que fiel siempre me espera, que puedo sentir desde mi asiento de avión y que hace que valga la pena sortear 13 horas de vuelo incluyendo escalas.
Ese puñado de memorias, ese suelo donde viven mis recuerdos, donde me aguarda el rostro de mis buenos amigos  y los almuerzos familiares en casa.
Tú me regalaste lo que más amo, me hiciste bailarina, mujer de armas tomar, generosa de espíritu y de inacabables abrazos tibios. 
Tu vives en todos aquellos que andamos lejos, en nuestra sangre tan roja como tu bandera, en nuestros pensamientos que conservan tus paisajes intactos y tus cielos coloridos; en las raíces que nos harán siempre, cada vez, volver a la tierra en que nacimos.






miércoles, 20 de julio de 2011

I know we're cool...

Cuando andaba cursando el último año del colegio, todas hablaban de chicos, todas estaban perdidamente "enamoradas" de alguno y lidiaban con suspiros, amores no correspondidos y corazones rotos.
Yo sentía que debía preocuparme porque no pululaba cual alma en pena idiotizada por alguien en los pasillos de la escuela, no tenía la menor idea de lo que todas ellas decían sentir.
Pero en secreto ansiaba sentir algo parecido, envidiaba en silencio el intercambio de notitas de amor, las llamadas a escondidas, los encuentros clandestinos.
Hasta que terminé la secundaria y había que prepararse para ingresar a la universidad. Fue allí donde lo conocí. Fue allí que experimenté de cerca por primera vez aquel sentimiento pegajoso, que te atonta y te hace sintonizar canciones románticas en la radio y escribir palabras cursis en tu diario.
Me "enamoré" del chico perfecto, al menos eso pensaba; era inteligente, sensible, mi tipo de hombre definitivamente. Me derretía cuando lo tenía cerca y atesoraba nuestras conversaciones pasajeras en los recreos.
Nunca se lo dije, nunca me correspondió tampoco. Su sombra sin embargo me persiguió hasta los primeros semestres de la universidad y terminaron despejándose para siempre mis vanas ilusiones cuando lo ví de la mano de una afortunada chica.
Ahora está casado y vive en otro país. Me he sentido muchas veces, cuando lo encuentro conectado virtualmente, tentada a confesarle mi delirio de aquellos años, entre libros, exámenes y el pánico por no ingresar a la universidad. Imagino que si algún día me atrevo, nos reiremos. Quizás me sonroje cuando me comente que alguna vez lo sospechó, quizás fui demasiado obvia como mis amigas decían. Quizás me esté leyendo ahora y saque su propias conclusiones.
Tiempo después de mi "enamoramiento" frustrado, apareció inesperadamente él. Quien ocupó y ocupará siempre el lugar de "primer enamoradito oficial".
Todo comenzó inusualmente y como producto de la casualidad. Con el transcurrir de muchas semanas y nuestras varias salidas, intuía que algo estaba definitivamente por pasar entre nosotros. Siguiendo los sabios consejos de una de mis mejores amigas, esperé desde mi trono de princesa sumamente conservadora y chapada a la antigua, que me pidiera mirándome a los ojos y tomando tiernamente mis manos que me convirtiera en su señorita enamorada, y así lo hizo. Acto seguido nos besamos.
Fue el enamorado que, sin mentir y modestia aparte, muchas querrían tener, era sumamente atento, romántico a más no poder y detallista hasta el cansancio. Sin embargo mi inexperiencia y mis tontos esquemas decidieron que no estaba a la altura de las circunstancias, todo porque con él según yo, no podía sostener una conversación alturada.
Después de eso el pobre se quebró. Desapareció por semanas, luego recuperamos esporádicamente la comunicación y un buen día de lo más inesperado llamó a mi casa. Me llamó con la voz baja y entrecortada, porque necesitaba escuchar mi voz para sentirse mejor. Esa fue digamos su manera de despedirse de nosotros para siempre. 
Resulta que la chica con la que estaba saliendo tiempo después de que lo nuestro acabara, había salido embarazada. En realidad fue para él algo inesperado. Y conociéndolo, poseedor de un buen corazón y un alma noble, decidió a pesar de sus dudas y su inseguridad frente a aquella nueva relación, que no había pasado aún los límites de la formalidad, tratar de formar una feliz familia.
Así que mi primer chico se convirtió en papá.
Entretanto, yo andaba encandilada con un nuevo galán, un amor bastante cibernético para decir verdad, de acorde con los nuevos tiempos y mi poca vida social.
Fue la primera vez que me enamoré en mi vida.
Viví por largos años sin pensarlo en una imaginaria burbuja. Perseguida muy a mi pesar por la sombra de sus recuerdos.
Me hicieron sufrir su falta de decisión y convicción por dejar atrás la desconfianza, componer su corazón roto, armarse uno nuevo y más fuerte y quererme como, valgan verdades, me lo merecía.
Lloré como quinceañera desvalida, protesté y maldije la hora infame en que este muchachito entró en mi vida. Pero quién no ha tenido uno de esos amores insanos? De esos que hacen continuamente daño, que nacieron descompuestos y no queremos enfrentarlo.
Me costaron lágrimas, decepciones e insomnio lograr echarlo al olvido.
Cuando andaba decidida a continuar sola pero en paz con mi vida, se apareció ante mis ojos una oportunidad totalmente nueva. Impensada, incalculada, que venía de lejos y me hablaba en inglés y pronunciaba fuerte las erres.
Me deslumbró el hecho de poder empezar completamente de nuevo, de volar lejos, de hacer borrón y cuenta nueva y dejar a mi corazón que lo engrían. 
Le atribuí su aparición a la magia del destino.
La ilusión se formalizó rápidamente, el anillo en mi dedo brillaba y me repetía que había pasado a las ligas mayores. Que la vida cambia, los caminos se contornean y giran. 
La ilusión que interpreté mal y alargué ingenuamente se desvaneció.
Ya lejos y muerta de pena me deshice en pedacitos.
No había por aquél entonces cerca, mejor amiga a quien abrazar y contarle mis penas, no era más, tiempo de llorar desconsolada frente a mamá para ser arrullada como niña desprotegida, había en cambio que volverse fuerte, tomar decisiones de esas que poseen la capacidad de cambiarte la vida para siempre. Y así lo hice.
Siempre me pregunté, como hacen todas la jovencitas inexpertas, aquellas que buscan incansablemente la mejor mitad, que ven películas románticas comiendo canchita y suspiran; cómo se siente, cómo huele y a qué sabe el gastadamente llamado "amor verdadero". 
Con cada altibajo, con cada ruptura, con cada bache en el corazón, veía la posibilidad de encontralo remotamente lejos. Si es que acaso tal palabrita cursi realmente existía.
Quizás no era más que el macabro porducto del marketing, de la industria cinematográfica, de las novelas tontas o los libros rosas de alguna que otra escritora cuarentona.
Nos cuesta mucho comprender que el amor circula en su torbellino propio, se mueve con sus propias alas, suspira con sus propios labios. Se construye y desconstruye en la medida que nuestro corazón lo crea.
Nosotros le damos la bienvenida con nuestros brazos abiertos, con cada página que volteamos, con cada amor canalla que eliminamos de nuestra vida, con cada sonrisa que sin mezquindad compartimos y que tiene la capacidad de enamorar instantáneamente.
Yo lo encontré subiendo las escaleras una tarde de otoño.
Entendí entonces por qué había que pasar por tantas pruebas, por qué tenía que equivocarme tanto. Por qué sufrí como una boba, por qué derramé lágrimas desconsolada pensando que el mundo se acababa, por qué perdí la fé, por qué me volví a equivocar y por qué pensaba estar sumanente enamorada y sufría al no ser a mi gusto correspondida.
Todos mis amores y desamores me empujaron a subir cada escalón.
Todos me prepararon, me vistieron de camisa y de botas, me colocaron un 15 inolvidable de Noviembre frente a él.
Por eso hoy cuando los recuerdo sonrío, a pesar que no hablemos más, a pesar que el contacto progresivamente se haya perdido, a pesar que estén ya casados algunos, otros por casarse y algún otro con hijos. 
Porque fueron parte de mi historia, porque aunque se acuerden o no de mí, a pesar que sus nombres frágilmente se me olviden con el tiempo, contribuyeron a éste, mi tan ansiado final feliz.




miércoles, 13 de julio de 2011

Lactosa free life!

De chiquita, cuando aún iba a la escuela, había que tomar religiosamente y sin chistar, una taza de leche que para mis ojos de niña, era inacabable y poseía medidas descomunales. Recuerdo claramente haberle tenido pavor a la hora tan puntual y temprana de mi rutinaria tortura.
A pesar de mis quejas, pucheros y llantos, mamá le adjudicó mis dolores de panza a mi chochera y mi infantil rebeldía.
Cuando llegó la hora de la independencia y mi edad me permitía darme el lujo de decidir cuestiones simples y caseras como tomar o no leche en casa, mis días transcurrían ligeros y mis desayunos sin miedos. 
Al llegar a Alemania y de pura curiosa, probé sin mesura los chocolates, yogures y quesos que en bandeja esta tierra me ofrecía, se apoderó de mí entonces como consecuencia, un dolor agudo que me mandó a reposo y me hizo llamar a "Herr Lämmel", mi doctor de cabecera de aquél entonces.
Después de hacerme unas pruebas recomendadas por él, declaró oficialmente como seguramente ya sospechaba, que yo padecía de "Intolerancia a la lactosa" y me mandó a hacer dieta estricta de por lo menos varias semanas.
Después del veredicto sonreí triunfante... Lo sabía!!! Lo mío nunca fue capricho ni chochera, mi organismo sencillamente produce poca o ninguna cantidad de la enzima lactasa, que en buen cristiano y resumidas cuentas, conlleva a que a mi cuerpo le sea imposible procesar la lactosa, que no es más que el «azúcar de la leche». 
En ese momento fui la mujer intolerante a la lactosa más feliz y orgullosa.
Pasé una infancia sufriendo malestares que según los adultos eran inventados y una juventud que le tuvo tirria a ese líquido blanco y cremoso.
Hoy en cambio camino altanera por los supermercados y me dirigo directamente a la sección de lácteos, le he perdido pavor a la leche y ahora para mi alivio puedo elgir entre leche de soya o la leche deslactosada.
Sabías que en aquellas culturas donde el consumo de leche y sus productos derivados ha sido habitual durante años el chance de padecer de esta afección es mucho menor que en aquellos pueblos en donde, tradicionalmente, no se consumía leche. 
A esto se le denomina: Deficiencia congénita de lactasa.
Como resultado de esto, la intolerancia de la lactosa a nivel mundial varía dependiendo principalmente del origen étnico.
Es decir que los grupos más afectados son por ejemplo: los africanos, indios, americanos y asiáticos, en comparación con la escasa incidencia que presentan los estadounidenses caucásicos y los europeos escandinavos.
Y si te pones a pensar que en el Perú no habían vacas hasta la llegada de los españoles... sacarás tus propias conclusiones.
Pero has caído alguna vez en la cuenta también, que la leche en los mamíferos en general está destinada a alimentar a las crías en las primeras etapas de su vida y una vez que ésta alcanza un desarrollo suficiente para alimentarse  por sí sola, interrumpen su consumo y jamás vuelve a ser utilizada en la edad adulta.
Nosotros los seres humanos en cambio, somos los únicos mamíferos que siguen consumiendo leche durante toda su vida, leche de otras especies además. 
Mientras se me ocurren y trato de responder estas y más interrogantes, mi vida es ahora una vida maravillosa, blanca, cremosa... Y sin lactosa!





miércoles, 6 de julio de 2011

Muchacha Provinciana

Hoy amanecí nostálgica, hoy quiero cambiar los tranvías aburridos por autobuses repletos de pasajeros con cobrador incluído, o como los denomina mi esposo en su español fantasioso: "colector de clientes". Hoy quiero que en voz alta repita "apéguese señora, apéguese porfavor", dudo que por aquí el conductor del tram con su uniforme y corbata tenga la creatividad tal como para inventarse verbos nuevos y un vocabulario totalmente hecho a la medida.
Hoy quiero pasear por el centro y que me llegue el sonido de la cumbia que emanan las tiendas y sus vendedoras pretendan endulzarme con sus frases aprendidas y que sus mentiras piadosas me hagan creer que sí, efectivamente, el jean de sesenta soles que pretenden vender, me hace el milagro y mágicamente unas caderas contorneadas y un trasero levantado se apoderan de mí.
Hoy quiero que en el supermercado inmenso con su piso blanco impecable, sus carritos de metal y sus puertas automáticas, me llamen "casera, caserita que va a llevar hoy?".
Hoy quiero tomar un taxi y que desaparezca por arte de magia el taxímetro y practique el hobby preferido de todo aquél que se haga llamar latinoamericano: "pedir rebajita". Hoy quiero que el conductor le baje un poco el volúmen a su radio y en vez de chicha resuenen nuestras voces que hablan de "la Keiko y el Humala" o de algún ampay reciente de Magaly y yo por supuesto comente indignada la salida de Rosa María Palacios de la TV.
Hoy extraño el paisaje colorido, la gracia y el salero de mi tierra. El caos divertido que en ocasiones se apodera de sus calles, el desorden pintoresco, todos los rostros sonrientes y sus mañanas soleadas que ignoran olímpicamente estadísticas, índices, números y PBI.
Gracias al cielo, a mi fortaleza de espíritu y mi buena educación, no soy ninguna alienada, ni ninguna huachafita que absurdamente olvida sus raíces por el sólo hecho de pasear por calles europeas y pagar las cuentas en euros. 
Me alegro y estoy sumamente agradecida de la buena suerte y los brazos extendidos con los que estoy siendo acogida por aquí, pero sin embargo extraño en buena medida aquello que a muchos sonroja y pretenden olvidar, nuestro ritmo, nuestro color y nuestro sabor, como nos cantaría la querida Eva Ayllón.
Hace poco le envié a mi esposo por Facebook el link de una de sus canciones  peruanas preferidas, una que escuchó permanentemente en sus vacaciones en Perú y le quedó para siempre grabada en la mente, luego le recordé nuestra "luna de miel" en la Selva, la cecina, el lomo saltado con "papas viejas", el calorcito y la naturaleza.
Debemos volver, le sugerí ansiosa, él me pidió a cambio que esta vez le dejara comprarse libremente una tajada de sandía, de esas que venden en bolsa plástica a cincuenta céntimos y en carretilla.
Después de eso, me quedó todavía más que claro porque amo tanto a ese rubilindo, ojiazul y desteñido.



sábado, 2 de julio de 2011

Pasos lejanos...

No es para nada sencillo conquistar un país que te fue al inicio totalmente desconocido. Lidiar con sabores distintos, con un idioma nuevo; gente y hábitos diferentes a los que estabas acostumbrada y finalmente un clima tan diverso como las pruebas que en el camino hay que enfrentar. Cambiar las sonrisas y abrazos de los que extrañas por correos electrónicos, cámaras web y llamadas telefónicas.
Amansar a diario la nostalgia para que así ésta duela menos.
Tú y yo lidiamos una pequeña y silenciosa batalla personal, una lucha día a día contra la desesperanza, contra la añoranza del suelo que dejamos atrás y los recuerdos y las voces que siempre guardará consigo.
Conozco de cerca tu sacrificio, los malos días que en ocasiones te hacen dudar y tu entrega cotidiana por dibujar felices tus mañanas.
Tus motivos son parecidos a los míos, nuestras razones viven enumeradas en la memoria y las defendemos con el alma y el corazón. El mismo que nos trajo hasta donde hemos llegado y que sonríe complacido con cada pequeño logro, con cada pedazo de esta tierra ajena que nuestros sueños, nuestro sudor y nuestras manos vuelven cada vez más nuestra.
Hoy valoro tu esfuerzo que también es el mío. Hoy te celebro y me celebro a mí también que andamos lejos, que acortamos distancias, que jugamos con la geografía y conquistamos éste y todos los suelos.
El mundo es de quien nace como nosotros para conquistarlo y no de quien sueña que puede hacerlo.

Un abrazo para todos aquellos conquistadores de espacios nuevos, de alma viajera y pasos lejanos :)

Mile.




domingo, 19 de junio de 2011

En tu día...

Sonó el teléfono y después de intercambiar un par de palabras con mamá, papá nos comunicó que habías oficialmente partido.
Te fuiste una mañana para no volver.
Cambiaste los jeans, el blazer y los borceguíes por alas.
De pronto ya no había por quien empinarse para estamparle un beso, los crucigramas se quedaron en blanco llorando tu ausencia y se esfumó por completo tu sombra con olor a "old spice".
Hoy, muchas mañanas después, celebro de lejos por un papá que del otro lado del mundo almuerza rodeado de sus tres nietos. Por él, que me puso el nombre después de leer a Kafka, que me enseñó a hacer los mejores Gambitos y dar los mejores Jaques, a quien le debo mi debilidad por Sinatra y la literatura y de quien heredé además su buen sentido del humor.
Pero celebro este día por ti también, que fuiste doblemente papá y que si aún vivieras serías un orgulloso y chochísimo bisabuelo.
Tu amor es tan grande e imperecedero, que ellos sin haberte podido conocer, hablan de ti y saludan a diario en las noches cuando recitan sus oraciones. Y se debe supongo no sólo a los relatos llenos de recuerdos bonitos que su mami les cuenta de ti, sino porque además, con seguridad, tu amor y protección la sienten ellos también todo el tiempo.
No recuerdo exactamente nuestra última conversación o nuestra última tarde juntos, pero sin embargo aún me queda impregnado aquél último abrazo tan tibio que me regalaste cuando decidiste visitarme en sueños.
Sé que tus abrazos dulces, tus ojos celestes, tu cabello gris, tus viejos botines y tu olor a colonia después de afeitar; me esperan, me cuidan y me echan de menos.
Me pregunto si allá arriba hay playeros a rayas en cada nube, si tomas té puntual a las cinco o si les preparas a todos  guargüeros.
Me pregunto si nos miras del cielo sonriente y complacido.
Si somos aquello que siempre esperaste, si tu familia no te ha defraudado, si ves con agrado en lo que se han convertido tus nietos.
Con certeza nos bendices a todos, nos observas a diario y tu amor de muy lejos nos cuida.
Seguramente en nuestros momentos de debilidad o tristeza te sientas transparente a nuestro lado.
Seguramente fuiste tú el primero en darle un beso a cada bisnieto, seguramente los conociste y conocerás a todos antes que lo hagamos nosotros.
Seguro Dios te los cede un ratito para que los mezas en tus brazos y los mimes antes que sus propios padres.
Tú eres quien les da realmente la bienvenida al mundo y les cuenta bajito, casi susurrando, que los amas y que llevan tu sangre.
Seguro nos mandas a todos saludos que ellos olvidaron entregar porque demoraron un par de años en pronunciar sus primeras palabras.
Gracias por eso, por estar siempre con nosotros a pesar de no estarlo.
Por interceder por tu familia en el cielo y estar detrás de cada bendición y de cada buena nueva.
Por tu protección y tus visitas en sueños.
Por haber sido y ser hasta el infinito, nuestro PapiGuillermo.
Feliz Día! El regalo y el abrazo me los quedo hasta nuestro próximo encuentro...

viernes, 17 de junio de 2011

Step by step

Dicen que los viajes largos, los caminos vastos, empiezan todos con un sólo paso.
Hasta los castillos y los fuertes se construyen de a pocos y hay siempre que colocar la primera piedra, que aunque insignificante, marca el inicio de una construcción gigantesca.
La primera vez que Marquitos y yo nos mudamos juntos, había que prestar mucha atención al presupuesto, yo trabajaba medio tiempo en el aeropuerto y él aún andaba lidiando con libros y ganando como practicante.
Nuestro primer departamento formaba parte en realidad del primer piso de la casa de un hombre ya retirado, al que bautizamos cariñosamente como "daddy", quien además de vez en cuando bajaba para endulzarnos con su pastel de ciruelas.
Teníamos una cocinita pequeña donde debíamos turnarnos porque había escaso espacio para dos, una sala con una mesa al costado que hacía las veces de comedor, un cuarto estrecho donde no cabía toda mi ropa y un baño con tina.
Hacíamos mercado una vez por semana y nunca nos salíamos de la lista antes meticulosamente calculada.
Me pasaba de largo por los aparadores vistosos de las boutiques para no caer en tentación y llegado el fin de semana rentábamos películas porque nos salía mucho más barato que ir al cine.
Sin embargo nunca fui en toda mi vida tan feliz.
Nunca antes nada me había causado satisfacción parecida como el sólo hecho de pagar exactamente la mitad de la renta y distribuir mi propio dinero, austera pero inteligentemente.
Yo solía ser de aquellas jovencitas sobreprotegidas que no reparaba en alguno que otro gasto demás, mamá nos solía repetir a mis hermanas y a mí durante toda la época universitaria, que nuestro trabajo consistía únicamente en ser buenas alumnas. No había que preocuparse por quehaceres cotidianos y como consecuencia aprendí a cocinar hace poco y aún no puedo planchar las camisas como debería ser.
Cuando me decidí por fin a ser independiente y valerme por mí misma, en una país tan extraño como su lenguaje que apenas comenzaba a aprender, crecí a la velocidad de la luz y maduré todo lo que me hacía falta.
Lo más curioso es que precisamente, en tiempos digamos complicados, uno aprende mejor  las lecciones que antes ignoraba y se las graba diligentemente para siempre.
La primera vez que me perdí de regreso del trabajo en bicicleta, entré en pánico, el aeropuerto quedaba fuera de la ciudad y en los alrededores sólo había pasto verde y alguna que otra vaca apacible ignorante de mi angustia.
Maldije no tener más a la mano el jeep negro y costoso que le pertenecía a quien en ese entonces ya era parte de mi pasado y me puse a llorar de rabia y frustración. Hasta que de pronto, repentinamente, apareció una figura de entre los arbustos que casualmente conducían hacia un caminito y no reparé en pedirle ayuda al flamante desconocido. Me sequé las lágrimas en un santiamén y procuré formular mi oración sin dubitaciones; cuando aquél personaje acababa de explicarme bien el atajo que debía seguir para por fin poder enrumbarme a casa, me avergoncé de mi poca paciencia y mi falta de fe.
Hoy, tiempo después, el presupuesto en casa no es tan estrecho, nuestro departamento tiene una habitación demás y de vez en cuando me dejo caer en la tentación de las vitrinas y los aparadores.
Sin embargo no hay día que pase sin que ambos recordemos todo lo que nos trajo hasta aquí. Todo el sacrificio, toda la paciencia, toda nuestra esperanza.
Tengo claro que no hay nada más valioso que la cosecha de tu propio esfuerzo, nada como ir de la mano pasito a paso y colocar juntos la primera piedra.